Vicente Verdú
La diferencia entre un periódico de papel y otro digital es que el primero es cabalmente un enser y el segundo un medio pasajero.
El enser que ser realiza en su tangibilidad y se manifiesta como un vivo suceso. Pero, además, el periódico en papel, además, se comporta como un enlace netamente físico entre el interior de y el exterior doméstico, tal como los cables de guerra ponían en contacto al mando distante con el frente de la operación. Sus noticias puede que no sea sorprendentes a la manera de antes puesto que otros medios informativos son más veloces y omnipresentes pero también por esto el diario despojado de la noticia a secas incrementa la acción de su "papel" en cuanto objeto de compañía. Más despacioso y comprensivo que la televisión, más silencioso o confidente que la radio. En definitiva, opera como una suerte de cómplice que susurra a la manera de un asistente, un preceptor o un mensajero, una clase de personaje de muda elocuencia y cuya generosidad no conoce más límites que la economía de la editora.
Porque el periódico en cuanto tal, ya se nota que desea exasperadamente decírnoslo todo, tanto para informarnos como para adoctrinarnos, orientarnos, turbarnos o conmovernos. Especie de amante total o conquistador de almas que se nutre de nuestra atención emocionada o no, indignada, indiferente o confundida. De esta manera el diario trata tanto de servirnos como de servirse de nosotros en una exposición que tiene directa relación con el strip-tease y así hay periódicos hembra y periódicos macho, ediciones sexy de grandes y lucientes pechos y ediciones sombrías, casi moribundas.
De una u otra manera el periódico que se recibe en casa comporta la forma suprema de relación con el lector. Aquél que se adquiere en el kiosco presta también su cuerpo, pero el que llegada por suscripción y se recoge del buzón significa la unión sexual sensual máxima. Su plástica inserción en nuestro hogar provoca el placer de cederle un hueco en nuestra vida, un cobijo en nuestra atención, una habitación donde recrearse con nuestro recreo. Nos absorbe pues mientras lo absorbemos, nos penetra mientras nos dilata.
El periódico digital será el fin, no muy lejano, del diario en papel y con ello se efectuará la clausura de esa habitación donde el periódico de suscripción ingresa. Porque mientras en la pantalla el periódico digital existe con un porte que parece no necesitar room se abre y se cierra sin alteración significativa alguna, el diario de papel ocupa la casa de aquí para allá, se abre y se cierra en un acontecer que requiere de la voluntad un ejercicio expresivo. El digital, sin embargo, no parece necesitarnos tanto no acaso no nos reclama en absoluto puesto que su información navega a despecho de nuestras manos y se desplaza de aquí a la velocidad de la luz o sin moverse expresamente de su sitio. Ilocalizable e intangible el digital planea ante nuestra mirada sin que la vista pueda llegar a fijarlo. De este modo, en su naturaleza, el periódico digital no es tanto un enser casero como un servicio anónimo e igual a todas las topografías de la red, incluyendo, en ocasiones, la tipografía.
Quienes no tienen la costumbre de leer el periódico diariamente no tienen por qué experimentar estas sensaciones puesto que el trato esporádico con un periódico acentúa su carácter instrumental y lo descarta como objeto de compañía Objeto o sujeto de compañía sujeto puesto que una y otra vez la nómina de gentes que firma los contenidos, la cabecera que resuena como un lábaro y la palpación hacen redundante en la impresión su carácter de producto impreso.
Así de modo osmótico se mezcla en nuestra experiencia y viceversa, con un apego que, como en los hechos de vecindad regular, el día en que falta la jornada ya nace mutilada. Ese enser resulta parte de nuestro establecimiento de manera que ¿cómo no sentirlo debido a su asiduidad y su persistencia como un suceso de la casa más que una mercancía sin destino expreso, sin cara o sin domicilio?