Vicente Verdú
El sábado 17 de enero leí que un músico gaditano llamado "El Barrio" es el artista que con sus canciones ha llenado más veces el Palacio de Deportes de Madrid.
Que yo no hubiera oído mencionar nunca su fama puede tenerse por relativamente normal porque si la música me interesa menos de lo que debiera (para mi desdicha) este artista, José Luis Figuereo, con 11 discos publicados, tendría que haberse colado por alguna rendija de mi atención. Pues no. No lo conocía y ahora tampoco me hago cargo de lo que entusiasma a sus fans. Me gusta sin embargo especialmente porque forma parte de los creadores que, como yo mismo, disfrutan menos del valor de cambio que de valor de uso. Nadie se apunta un tanto citándolo, pero otros haciendo menos y en menos tiempo logran un notorio sello cambiario. Cientos o miles de autores, en la literatura, la pintura, la música o la investigación mueren desconocidos a cambio de haber dejado el espacio despejado para el resplandor de otros que coetáneos o no cantaron peor o escribieron (en la peana) de pena. Da pena, ciertamente, todo esto pero veo que esa es la regla maestra de la condición humana, del arte y de la salvación. Todas las cenizas de los cenicientos son el pasto de unos cuantos que se alimentan de aquél martirio o, sencillamente de su impensable combustión.