
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
No hay peor factor para crear disputas interminables en la relación amorosa que el narcisismo, de uno, de otro o de los dos. Explícito u oculto, el culto a sí mismo y la necesidad de su disfrute con la colaboración de los demás constituye una característica altamente propensa a la explosión, la descomposición, la incomprensión, la discusión y el arrasamiento estéril. Pasiones, todas ellas, presentes en diferentes lugares de la cotidianidad pero especialmente ácidas y frecuentes en el interior de la pareja donde ser querido por el otro (y apreciado, y distinguido, y adorado, etcétera) es la salsa especial de su mejor sabor.
Mientras esta salsa discurre, se promociona y se intercambia, su circulación actúa como el fluido perfecto para la mermelada cordial. Eso que se llama empalagoso en el amor no es otra cosa que el desfile de esa salsa por los entresijos, las palabras y cualquiera de los imaginarios. Cuando esta salsa, sin embargo, escasea, se reseca o vira sospechosamente hacia otro lado, la bendita relación diádica entra en crisis. Y no en una crisis más sino en la crisis más característica. Aquella que impulsa a romper esto y aquello, lo dicho y lo callado, la acción mal interpretada y forzadamente llevada hacia el lugar donde la reclamación de uno mismo pueda apalancarse mejor contra el supuesto deudor.
Todos sabemos en qué consiste el juego del yo parapetado en la ofensa, la estrategia de rebuscar un nuevo reconocimiento a partir de subrayar la injusticia de un supuesto maltrato. Todos sabemos, de qué modo la mentira imbuida por el narcisismo necesita afianzarse en una herramienta utilitaria para desmontar en el otro la súplica o la excusa. Todo ello en aras de reconquistar por ese camino tortuoso, pedregoso, cada vez más torpe, cada vez más duro y cada vez más ineficaz la moneda narcisista que se anhelaba y que al cabo se contempla en la mano y tras la trifulca como un mísero objeto. El burdo objeto en que de nuevo se tropieza y que, con el tiempo, podría llegar a ser no ya una china sino la roca que ahoga y harta al amor.