Vicente Verdú
Como en el vestido o en el maquillaje, hay modas en el mundo de las ideas. Temas de moda en la voluble vida intelectual.
El Miedo es uno de esos temas y Dios el otro. El Miedo y Dios han venido a sustituir, en parte, al tema de la Felicidad que sigue presente en las novedades de libros desde comienzos del siglo XXI.
Unos temas más que otros, todos se hallan relacionados con el estilo mismo de la época. La Felicidad, el Miedo y Dios forman una tríada que reproduce la idea el bien y la de su antagonista con el infierno o el paraíso terrenal al fondo.
La obsesión por la felicidad brotó y se desarrolló en Occidente cuando tras decenios de prosperidad material los sondeos registraban el estado de una población que se declaraba más infeliz o no más feliz que antes. En verdad, no hay asunto que consiga mayor audiencia en un momento dado que el que coincide con una demanda latente y sustantiva.
Así le pasó al tema de la Felicidad, que desencadenó una oleada de títulos, tanto más apreciada (la oleada) cuanto más sequía se venía sufriendo. Ocurre en estos casos como en los de la Ecología: nunca la Naturaleza se hace más importante e interesante y necesaria que cuando está desapareciendo. El caso de la Felicidad reproducía la misma ecuación: nunca se había producido tanta masiva demanda de felicidad que cuando se tuvo constancia de que la abundancia de bienes no contribuía a hacernos más felices.
Ahora, el tema de Dios, de la vida eterna, de la fe, etcétera, cunde al amparo de la ausencia de fe, de la desaparición de Dios y del ateísmo, del auge de incredulidad, el escepticismo y la ironía.
¿El Miedo? El miedo es acaso el corolario de todo ello. Con miedo en el cuerpo puede recibirse con gusto no importa qué protección o promesa de amparo. El miedo se ha difundido ya socialmente como una epidemia y si antes nos abrazábamos en la esperanza del porvenir, ahora nos estrechamos ante la amenaza del presente. Los dos factores –el entusiasmo revolucionario y el pavor conservador- contribuyen a crear colectividad. Somos algo importante y conjuntamente aspiramos a lo mejor o somos algo vulnerable y juntos contribuimos a evitar lo pésimo.
El miedo es tan empalogoso como pegadizo. Opera como una sustancia mucilaginosa que impide la protesta airada, la creación desenfadada, la experimentación atrevida y tantos otros aspectos relacionados con la libertad. El miedo secuestra desde el interior y es así la fórmula idónea para el control. Cuanto más miedosos más infantilizados, cuanto más aterrorizados más arrasados.