Vicente Verdú
La persistencia de la crisis, de la Gran Crisis, va teniendo un efecto humano que traspasa la adversidad económica y las penurias personales. Día tras día ha ido permeando en el organismo una sustancia viscosa y nociva que degenera el ánimo y hasta las ganas de vivir.
Saldremos de esta situación pero es tan difícil saber por dónde que la sensación de confinamiento en una penitenciaría aumenta cada jornada. ¿Pereceremos por consumación de lo peor nos consumiremos en la depresión? ¿Adquirirá la sociedad por mucho tiempo una condición triste? ¿Mutará poco a poco la concepción de la existencia y, en consecuencia, la manera de sentir y de actúar?
Keynes, que todo lo sabía, dijo para los malos momentos: "Cuando esperamos que ocurra lo inevitable, surge lo imprevisto".
Atados de pies y manos, sin medidas eficaces, sin dirigentes capaces, la única y delgada esperanza radica en que "el imprevisto", un "suceso" sin control humano venga milagrosamente a detener el hundimiento de la biología, la psicología y la teleología de cada persona contagiada ya de la masa amarga que no cesa de aumentar.