
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Si tanto abundan y tanto éxito tienen los libros de autoayuda la cuestión debe de consistir en que no es la realidad la que fracasa en sus materiales y sucesos sino que son los individuos quienes, al parecer, no aciertan a interpretar o a tratar debidamente todo lo real. De otra manera, más que libros dirigidos a cambiar la percepción de las personas, deberían cundir los manuales que ayudaran a manipular el mundo y su personalidad. ¿O es que debemos dar al mundo como un compuesto perfecto, incorregible, intocable y la única mejora posible es saber asumirlo entero?
La asunción, el respeto, la veneración del mundo fue siempre una actitud de los más tradicionales y reaccionarios. Siempre fue cosa de moral rancia (y roussoniana) aceptar que el mal radicaba no el mal exterior sino en el armario interior de las personas. Sin embargo, todo ser humano amigo del progreso se siente aquí no para aguantar y tragar, al modo de los peores católicos y animales inferiores, sino para pugnar, reformar o revolucionar lo dado. El mundo es injusto, el mundo es descabellado, el mundo demuestra su vicio arbitrario y cruel, pensamos en algún momento, pero sólo en algunos determinados momentos, El resto de la vida, según la tendencia de las últimas décadas, la pasamos los individuos, lectores o no, luchando por cambiarse a sí mismo, dentro fuera de la psicoterapia, para dejar indemne todo lo demás. Esto es en lo que viene a derivar el acerado individualismo de la precrisis. Cada uno se fija en lo que ve y siendo su impresión adversa trata de reordenar su óptica de las cosas, hacia fuera y especialmente hacia adentro. El pesimismo el optimismo, la tristeza, el malestar, no será ya, en general, efectos persistentes de una realidad aciaga o averiada sino consecuencias de la impericia tanto en la acción como en la observación de la subjetividad. De este modo, el mundo no será ni más ni menos injusto, malvado o incompetente, sino que los errados o idiotas somos nosotros. Ignorantes y errados que deben aprender no sólo a conocer historia, geografía o cambios climáticos exteriores sino su proceso anímico interior, su propia ubicación psicológica y la azarosa temperatura de su humor. Sin haber entendido estas variables que, de otra parte, jamás se aprenden el sujeto vive al borde de cualquier calamidad. Culpable de sus males agigantados por ignorancia, atascado en sus problemas por falta de autoestima, desgraciado, en suma, por definición. Y para casi todo, y para su perdición.