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El insonmio

Por 29 de junio de 2015 Sin comentarios

Vicente Verdú

La casa está hecha para acoger y la cama, además, para reposar del quehacer diario.  Sin embargo, el insomnio que tiene lugar precisamente en la cama de dormir presenta esta salvaje contradicción: la cama, sus sábanas, su colchón,  su almohada son incapaces de ofrecerse benéficamente al  sujeto como también el sujeto,  pese a sus deseos, no halla el modo de  integrarse en la preparada amabilidad del lecho. El sujeto y la cama se ven incapaces de entablar una inteligible conversación y el individuo es  despedido hacia una zona adusta en la que tampoco  puede entenderse con los elementos espabilados del mundo, empezando por sí mismo.

En definitiva, la  revelación  más dura en que la que el insomne  se sume es aquella que lo muestra como un ser incompatible con su medio. Despegado brutalmente de él y abocado a un barranco donde nunca llega la muerte y la muerte enmascarada   no cesa de llegar.

 El deseo de dormir o, lo que sería lo mismo, la amorosa  voluntad de abandonar este compás de la realidad diurna para obtener en el descanso una segunda melodía de vida, se ve anulada por una acérrima barrera que le vence una y otra vez. Lo vence y lo abate en el universo indeleble del insomnio. De este modo casi todo lo que ocurre en el trance de no poder dormir adquiere un carácter espectral y una significación tan fuerte que en su indeterminación hace enloquecer cualquier manera de abordarla.

Más allá del sueño, al otro lado, se halla no sólo la vigilia en alerta sino la pesadilla viva del insomnio. En la vigilia consentida hay una querencia sobre lo real pero en el insomnio es la irrealidad, disfrazada de conciencia la que de ningún modo podemos disolver para, una vez abatida, yacer en su ausencia.

El insomnio es así no una oposición enérgica del consciente al inconsciente sino una segunda verdad autónoma del ser que no cede ni cesa.  Es posible que cada noche tras la línea que nos separa de la lucidez  pura discurra el insomnio en diferentes grados y también que como una constante el insomnio sea, amortiguado, una compañía que permanece apegada todo el día, seamos o no capaces de entender.

Pero el insomnio explícito y especialmente nocturno, el insomnio de noche interminable, se alza como una pantalla de acero y piedra en los entresijos de la realidad. Esa pantalla  parece compuesta por un materia  trasparente, cerrilmente transparente, que se lame o enfervoriza a costa del sueño. A costa del sueño que nos roba como su alimento esencial de tal modo que su hambre se corresponde con nuestro anhelo insatisfecho, su hartura siniestra con nuestra falta del sueño esencial. Porque el sueño parecía pertenecernos como una secuencia natural del día y  ese animal nos la roba como un efecto malvado. 

De toda esta vida antagónica que constituye el insomnio no tenemos noticia alguna cuando habitualmente dormimos. Cuando no podemos dormir,  sin embargo, aparece con toda su maligna magnitud de platas e insectos de plomo.

Estaba acaso allí ese animal insomne y su influencia resulta irrebatible ahora , cuando antes, el día anterior,  la oleada del sueño los plegaba y dejaba  en un cuarto de restos sin color ni fuerzas.

 En el sueño lo ignoramos casi todo. El sueño discurre por un cauce natural que como los ríos que avanzan por el corazón de las ciudades dibuja una encalmada  estela de agua, exenta de cualquier deconstrucción. El río serpentea la ciudad desentendido de su urbanismo y su arquitectura, traza un fluido que mantiene su cauce propio y primordial.  El río duerme la historia y las artes y las conquistas.   Sedimenta su vida en el olvido de todo aquello que no sea su discurrir dormido. No hay en ese mundo un espeso fondo que deducir  ni una fantasía recurrente a la que visitar.

 Más bien  el insomnio espanta y acentúa la geología natural. En su presencia, la  barrera que separaba el sueño de la vigilia cae y queda al desnudo el  mundo  crudamente sin el refugio o la funda de seda de dormir. Sabemos, interiormente, que el mundo no es exactamente así, tan fácil en su posible placidez, pero el insomnio posee la capacidad de  vencernos aunque sólo sea por la debilidad del pobre sueño que llegamos a reunir y en consecuencia por lo pobre que nos sentimos ante la inalcanzable fortuna del sueño.

El sueño es el forraje de los animales, su rendición a la cultura de la naturaleza, mientras el insomnio sería el imperio de la cruel autoridad divina. Nos dormimos y quedamos ausentes de este mundo tanático.  No podemos dormir  y, mientras padecemos la alerta indeseada, somos capaces de reconocer que el mundo importante es una locura acosada por las quebraduras de la imaginación y el dolor.

En cierto modo seríamos no sólo culpables sino inocentes víctimas de dormir una noche tras otra ignorando esa realidad porque la  razón de que no podamos conciliar el sueño es diferente a la de otras frustraciones. Aquí de una manera terminante, el insomnio se impone al sueño y lo quebranta  de la misma manera que un guerreo desarma s a su oponente y de esta manera descubrimos que cada noche cuando nos disponemos benévolamente a dormir nos comportamos  como seres castrados.  

El sueño emascula  a todo el mundo, desde el amo al criado, desde el explotador al obrero. El sueño inunda el estatus real o cotidiano de cada cual para convertirnos en ahogados iguales. Todos sumergidos en su circunstancia cargada hasta el borde de sal y grava. 

Gracias al insomnio  accedemos a un conocimiento que, por indeseable,  se  agrega al cansancio y la desesperación. Pero ¿cómo no pensar que estas tortuosas noches forman parte indeleble de nuestra condición? Dentro del insomnio nos afirmamos como personas no lúcidas sino  translúcidas. Y no sólo porque es raro que los animales conozcan  el cristal del insomnio sino porque nuestras historias de esas malas noches son siempre imposibles de grabar.

¿Una mala noche en una cama incapaz? Cualquiera que haya sufrido esta experiencia y todavía quienes la vean repetida conocen que un mundo, ni correspondiente al inconsciente ni a la divinidad infernal, saben que el insomnio constituye una forma aciaga de saber. Un mundo humano, demasiado humano donde,  entre bosques y ruinas, se abre paso una  noche infinita. 

Noche mala, noche superreal. La mala noche que acerca a la cama, dentro del dormitorio, encerrado en la vivienda y desasistido de los servicios médicos,  los mimos, los mordiscos  y el abismo de la otra realidad. Por otra parte tan cerca, que al despertar todavía sigue presente y es preciso tacharla para tratar de vivir en paz.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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