Vicente Verdú
He ojeado un libro sobre los males del estómago. No en vano me considero un conspicuo profesional de sus innumerables torturas. El libro se refiere, desde luego a los males de la gastritis, el colon irritable, del estreñimiento, la hernia de hiato, la flatulencia, pero no como unidades aisladas sino como conjunto sistematizado en el aparato digestivo cuyo sufrimiento no viene de este tubo o de aquella cavidad sino de sus profundas interacciones con el alma.
Desde la fatiga al dolor de espalda, desde el reflujo a la depresión, desde la frigidez, la impotencia o la eyaculación precoz, tienen que ver con el mal de estómago. De hecho, en la Antigüedad, el vientre fue considerado la regia sede del alma y hasta hoy todas las medicinas orientales se organizan alrededor de él. En Occidente, los psicólogos declaran que su especialidad es el estómago, la fábrica y el depósito, el ámbito del conflicto.
El estómago sería, de acuerdo al doctor Pierrer Pallardy, un segundo cerebro enlazado el primero por el nervio vago, llamado también pneumogástrico, que partiendo de la caja craneal desciende a lo largo del cuello, atraviesa el tórax y penetra en el abdomen. Un itinerario que recorre los tres sistemas capitales: el cardiovascular, el respiratorio y el digestivo.
El estómago tiene mala prensa debido a sus oscuras derivaciones hacia abajo pero se dignifica plenamente en la peripecia de su línea ascendente. Estar en paz con el estómago es hallarse en paz con el centro y con el cielo. Con el yo y el superego.
Respirar con el estómago significa recuperar la respiración del niño primordial inaugurando su reunión con la naturaleza y la ternura del mundo materno.
El estómago habla de nuestros ajustes y desajustes, habla con una elocuencia y concreción retórica que supera a todas las demás voces del cuerpo. Si la salud es el silencio de los órganos, los borborigmos, los pinchazos, los ardores, las diferentes expresiones dolorosas del estómago, constituyen el lenguaje básico de los demonios que cultivamos o se adentran progresivamente en nosotros. No habrá intervención quirúrgica capaz de extraerlos radicalmente y acabar definitivamente con su influjo puesto que su esencia se halla mezclada a la psiquis.
El estómago metaboliza los alimentos tanto como nos metaboliza. Nos reelabora las emociones para convertirlas en lesiones y desdichas; o, también, si se atiende consecuentemente, para traducirlas en gozos y medicinas.