Vicente Verdú
La presencia puede ser insoportable. Para sortearla la mayor parte de los medios de comunicación moderna han popularizado la fórmula de estar sin presentarse, actuar sin verse, presenciarse sin persona. Esta pérdida de presencialidad ha ensanchado el mundo de las relaciones. El espectáculo del otro y de los demás sin necesidad de la presencia. O bien, el espectáculo sustituye a la proximidad. La escena actúa como un cámara de transfusión de lo real para crear el mundo de una irrealidad transparente y liviana compatible con la idea inocente de la ausencia. La presencia asusta, pero en tanto se distancia y se difumina lo que se ve nos calma.
Los personajes extraen la persona de la figura y aligeran el peso de la imagen: le conceden capacidad de transmitir y planear, volar y trasladarse, una vez que ha disminuido el lastre de todo lo presente. Lo presente se hace ausente de la misma manera que el presente contemporáneo se vive con la impresión de un periodo vertical, no agotable en su intervalo sino inagotable en su calado, penetrable hasta el fondo absoluto donde el tiempo desaparece o transmuta su temible dirección horizontal por la dirección vertical que nos trasciende. En ese viaje del presente hasta el corazón vertical del mundo lo decisivo no es tanto aquello que se ve o no se ve sino la inmersión en una profundidad interminable. El mundo está abarrotado en la superficie pero vacío, inexplorado en su interior. El mundo es insoportable en la acumulación de la muchedumbre pero gana extraordinario interés en la transparencia de su oquedad. En la vida real nos abrimos el camino a codazos, tratamos de ganar nuestro lugar en el espacio acotado, en las pantallas buceamos, buscamos nuestra oportunidad en la ausencia del espacio marcado.