
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Es chocante que cuando a un artista plástico se le describe, muy a menudo se destaque que fue autodidacta.¿Querrá decirse con ello que posee más mérito o, por el contario, como parece ser que no hay que fiarse demasiado de su obra. Las facultades de Bellas Artes han solido ser un desastre en España y los talleres de artistas maestros demasiado escasos. Pero ¿no sería autodidacta quien hubiera pasado un tiempo al lado de un maestro consagrado? ¿La consagración le convalidaría y, por acercamiento mágico, su saber habría obtenido la certificación necesaria? Los autodidactas, entre tanto, podrían ser de dos clases. Pobres gentes que valiéndose de sus habilidades empezaron a pintar sobre el suelo de las aceras (como Eduardo Arroyo) o se incorporaron tardíamente a la pintura aún teniéndola siempre en su interior como Ràfols Casamada.
Existe, sin embargo, un tiempo para que el autodidacta pueda ir borrando este atributo y pueda ser alineado entre los pintores con escuela, Si ese tiempo no es suficiente el autodidacta se queda en esto sin importar lo bueno o muy bueno que fuera, El profesionalismo con academia frente al profesional sin ella, distingue entre el pintor/pintor por ejemplo y el pintor/amateur conspicuo. Los últimos tiempos han confiado más en el amateur que en el profesional, supuestamente menos flexible o innovador, en diferentes actividades. El amateur podría ser mejor no sólo porque hacían su quehacer con mayor cuidado y autocrítica sino con un descontado y franco entusiasmo. Pero ¿se puede ser artista, con escuela o no, sin poner entusiasmo? Se puede. Hay cuadros muertos o gravemente enfermos recién pintados, Hay cuadros desorientados, convertidos en restos antes de pasar virtualmente a la basura. No se trata siempre de obras muy malas ni de birrias completas. Se trata de que la vida de un autor y sus emociones durante el trabajo se trasmiten al lienzo con una facilidad diabólica. Muchos autores, hartos de pintar lo mismo y vender cada vez menos o hastiados de vender mucho haciendo siempre igual, caen en una tristeza enfermiza que sin hacer nada o luchando o por esconderla terminada plantificada en el bastidor. Viéndola allí, tan neta, cuesta trabajo aceptar que los compradores no se percaten de ello. Comprar un cuadro muerto de un pintor insigne puede costar lo mismo que un cuadro vivo del mismo pintor eximio. O algo menos o algo más si mide -como efectivamente se mide y se valora- por centímetros cuadrados.
La garantía, sin embargo, del autodidacta es que necesariamente buscó y rebuscó cómo hacer para hacerlo cada vez mejor y para hacerse. Y esa pasión también se nota, De hecho no hay mayor felicidad para una artista que lograr compartir su emoción. Y ya, en el colmo, seguir produciendo cuadros cada vez más emocionantes.