Vicente Verdú
"El arte se parece al accidente", dice Ovidio, como de pasada en Arte de amar. Puede también enunciarse esta sentencia al revés: toda obra de arte que dejara a la vista la manipulación del autor fracasaría en su efecto persuasivo. La expresa presencia del artista perjudica al arte y no hay muestra más rotunda del éxito de una creación que el propio asombro del autor ante el triunfante resultado de su trabajo. ¿Resultado azaroso, mágico, accidental? La imposibilidad de una exacta respuesta coincide con el núcleo secreto de la obra y el secreto de la obra coincide con su verdad inalcanzable. Todo lo que es pronunciado abiertamente y hace ver su proceso disminuye su vigor real. La voz tronante de Dios llega como un anónimo fenómeno de la Naturaleza, una explosión sin comprensión, una orden sin razonamiento. El arte se identifica con la sinrazón del accidente a través de este misterio. No es difícil analizar las causas del arte pero rebasa por completo nuestra capacidad la explicación de su efecto concreto. De este modo el arte sortea los recursos de la razón y responde a un sistema autónomo que, sin poder llamarse irracional, vive en un espacio paralelo a la lógica. Como el amor, su comprensión se hunde en lo incomprensible. Y, al igual que el amor, guarda y recrea su especial misterio como la materia prima de su mejor oferta.