Vicente Verdú
He sostenido numerosas veces en conferencias y mesas redondas que la relación entre los internautas ofrece compañía, conocimiento y entretenimiento tan real como la vida real, y que carecía de pertinencia la vetusta visión peyorativa de los cortejos, los consejos o los concejos a través de la red. A fin de cuentas tan efectiva es la peripecia en la pantalla como cualquier otra puesto que, al cabo, mueve las emociones, mediatiza el estado de ánimo y teje, en suma, los tiempos que disponemos de vida.
Esta tesis positiva me llevaba inconscientemente, sin embargo, a celebrar los vínculos y enredos en la red en general mientras mi perspectiva olvidaba los perjuicios humanos que también se padecen.
Ciertamente, si se acepta la existencia de vida en la red debe también contarse con las desdichas vitales además de sus gozos, ha de contarse con la adversidad y la ofensa además de la felicidad o el amor. Y del mal además del bien, en cualquier contacto.
Es fácil hallar casos de dolor internauta por muchas partes pero yo no había reparado en su dimensión ni tampoco en su cualificada importancia. Así la red no podrá entenderse como un centro sanitario, una fuente de información o un coro de prestaciones afectivas, sociales o individuales. En su interior habita, como es lógico, la traición, la perfidia, la ignominia y la tortura que hace apenas 24 horas he visto reflejadas en una persona amiga asidua a los blogs. El mal no conoce límites y esta obviedad había que tener presente al abordar la aventura de las pantallas, por virtual, distante, blindada o supuestamente abstracta que pretenda considerarse. Los nicknames pertenecen a seres con corazón y garras, con armamento personal que les permite destruir tanto como entretener y desde esos lugares tan desconocidos, supuestamente remotos pero decididamente cercanos. Del oscuro malestar de esta persona amiga conservo, desde anoche, un amargo regusto hacia esta pantalla que a todos procura un efecto sosegante cuando actúa como vendaje pero que hiere, lacera, descuartiza cuando su pálida presencia se vuelve un veneno inasible, incombatible, letal: una tela envolvente que presiona y ahoga la respiración. Incluso de las estrellas.