Vicente Verdú
Poco a poco, sin grandes acciones, la crisis económica va transformando las ideas y sus aplicaciones, la estética y sus admiradores, los aparatos y sus usos.
No me referiré ahora más que al automóvil al que en poco tiempo ha cambiado su fama y su fisonomía. Los coches, que siempre poseyeron una simbología cuya potencia superaba a la del motor han quedado reducidos a unidades generalmente feas y apoyadas no en sueños sino en precios de la gasolina o el gasoil, tasas contaminantes y enchufes en la red.
Si el auto fue la máquina con menos sentido común ahora ha sido alistada en la misma consideración de los demás artefactos racionales. No es ya lo importante que luzca sino que ahorre, no es necesario que sus formas nos gusten sino que al viento le caigan bien. Con ello se llega a contar con una magia menos y una razón práctica más.
¿Ir en coche? La gente pide que la transporte el AVE que viene a ser el elemento menos erótico de todos una vez que ni es un tren ni es un coche. Sólo transporta con una eficiencia que, poco a poco, se eleva a la máxima general de la sociedad: la máxima eficacia con la mínima de fantasía, el desencantamiento de los objetos de los que el automóvil fue el rey.