Vicente Verdú
El descanso es como una cámara de absorción de la fatiga y del dolor, opera como una gamuza que va librando de las humedades que producen el malestar pegajoso e inaprensible a la vez, fino como un vaho y sin embargo atenazante como un acero. Gracias a Dios y no me importa decirlo porque creo que se trata de algo divino, el descanso renueva la identidad natural. Con la fatiga se acarrea una clase de velo que se superpone a la identidad natural, tal como un vestido gastado cubre e infecta una u otra proporción el cuerpo. Este vestido, como de organza, lleva encajes verdosos y plateados, sin mantener la fijeza de sus tonos. Se trata de un vestido de noche formado por varias sobrefaldas y un escote abierto rematado en puntillas que aflige el pecho y merodea la voz. No sabría explicar por qué imagino este vestido fatigado como un vestido de mujer pero posiblemente se trate de la dificultad para aceptar el travestismo del ser al que fuerza la torcedura de la imagen que se sufre y acaso también porque, en la pesadilla cansada, la beldad se trasmuta en figura siniestra, desmañadamente vestida y tachonada de manchas que reflejan distintas molestias, tal es la humedad del cansancio y el malestar integral que vienen a enjugar las temporadas de reposo.