Javier Rioyo
Cuando me siento atraído por una mujer muy joven, por una casi adolescente, recuerdo -más que la novela de Nabokov- un poema de Jaime Gil de Biedma donde se echaba la culpa a la conturbadora belleza de los cuerpos, los gestos y los movimientos de los jóvenes al renacer del deseo en los mayores, “estábamos tranquilos los mayores en esta playa…”. ¿Por qué deseamos a las jóvenes? ¿Por qué las nínfulas, las lolitas, tienen esa atracción fatal en los que ya nos paseamos por la edad madura, incluso en los viejos? No tengo respuestas. Será cosa del demonio. Seguramente es algo así, algún Samael, ese espíritu del mal que anda suelto -como en el excelente relato de Bashevis Singer, La destrucción de Kreshev, que ahora rescatan los de el “Acantilado”-será “Aquél”, como los judíos nombraban al maligno, el que hace que se emparejen los viejos decrépitos y las jóvenes.
También como fatalidad, esta vez sin intervenciones demoníacas, lo cuenta la extraña, sorprendente escritora, tan joven y tan madura, que es Elvira Navarro. En una de sus inquietantes historias, la adolescente Clara, protagonista de su libro Ciudad en invierno, se siente fatalmente conquistada, secuestrada o lo que fuera aquello, por un viejo y solitario mendigo. Eso nos repele. Nos molesta o es motivo de sorna, de burla y de crítica. Ese espectáculo ridículo de los viejos enamorados, o al menos deseantes, de las bellezas de Susana. Tema recurrente, también en la pintura. Hace poco volvimos a ver el inolvidable cuadro de Tintoretto sobre esa pasión imposible.
Escribió Castelao, seguramente enamorado, una obra de teatro Os vellos non deben de namorarse. Casi nadie le hace caso. He conocido, maduros, inmaduros, viejos y hasta muy viejos que se siguen enamorando. Incluso sabiendo que son amores imposibles
Es una pena, una dura realidad, darse cuenta que la edad nos impide hacer del deseo una realidad. Es una derrota más con la que vamos recorriendo éste camino entre largo y muy corto que es nuestra vida de animal deseado y deseante. No me extraña que muchos hayan vendido su alma al diablo. Y que a otros no nos importaría hacerlo.
Antes de llegar al final de esa tan hermosa película de la hija de Coppola, Lost in traslation, nos hicimos la ilusión de que aquél amor entre la joven y el maduro podría tener un final distinto a la obra de Nabokov. No pudo ser. Cada uno sigue su vida. ¿Se podría escribir otro final? ¿Se podría hacer una segunda parte para que Scarlett Johansson y Bill Murray se pudieran encontraran en algún bar del Village neoyorquino? ¿Nos los podemos imaginar como pareja feliz? ¿La diferencia de edad no tiene importancia? Lo podemos intentar no es fácil. Además, ¡qué poco prestigio tienen los finales felices!