Vicente Verdú
El peor efecto de la depresión es aquel que impulsa a quedarse en sí, dentro de sí y rehuir el trato con los demás.
Con esa patología el problema se agrava, el círculo vicioso se estrecha y la depresión, ciertamente, es una de-valuación, un de-crecer de las dimensiones. En los demás, sin embargo, nos expandimos doblemente: 1) gracias al movimiento extensivo de comunicar. 2) gracias al soporte que nos prestan para persistir en la reunión con nosotros.
Los otros actúan como polos espontáneos que por su atracción extraen el yo dolorido o extirpan, de hecho, al yo enfermo. Lo sacan afuera para ventilarlo o simplemente basta que lo asomen al exterior de su mundo para que pueda ver y relativizar los quebrantos que le ahogan.
Los prójimos, en cuanto nos aproximan, nos disuaden de la exagerada importancia que concedemos a nuestra adversidad. Y no hay nada más saludable que ironizar sobre nosotros mismo para deshacer el enredo. El yo irónico supera al yo, lo rodea, lo merodea, lo torea y escala hasta su cima. La ironía corona al yo y, milagrosamente, en su circunvolución lo limpia de adherencias indeseables mientras, además, lo bruñe de nuevo para recobra su perdida estimación.