Vicente Verdú
Puede parecer que el lienzo es a la pintura como el libro al papel pero nada de nada. El libro continúa siendo conceptualmente el mismo en la pantalla pero el cuadro no. La cuestión radica en que mientras el libro viene a ser ante todo una concepción mental y la mente queda prácticamente indemne con la clase de materia que la soporta, el cuadro tiene al lienzo como parte sustantiva de sí. El libro se goza sensualmente pero sólo como objeto. El cuadro se goza sensualmente en cuanto sujeto. Un libro despojado de papel no queda mutilado en su esencia pero el cuadro se desbarata sin la tela que constituye parte significativa de su composición, factor de sus efectos, efecto de identidad.
Desde hace años, mucha de la llamada pintura que se exhibe en las galerías de vanguardia no usan lienzos. Se apoyan en metales o en metacrilatos, se conforman con productos industriales y se fabrican a la manera de gadgets. Su cielo protector no es el arte sino el "efecto especial". Esa "pintura" llama la atención no en cuanto obra de arte sino en cuanto curioso artificio. De este modo se añade una confusión más a la idea del arte pero, a estas alturas, qué más dará.
A mi sí que me da. Veo en esa deriva desde la pintura a la ocurrencia industrial un deslizamiento parecido del arte al diseño. Afortunadamente en este último caso el término diseño es útil para diferenciar zonas muy próximas pero en el caso de la llamada "pintura sin pintura" la confusión es tan vana como fuera de razón. No se trata de que las obras de "pintura sin pintura" sean desdeñables ni mucho menos. Sólo que si no tienen pintura ¿por qué empeñarse en colarlas de matute en los museos de pintura y tratarlas críticamente como tales? Mi amigo Santiago Picatoste que es un buen pintor, ha optado últimamente por emplear metacrilato, cloroformo industrial, tornillos de acero, velcro industrial de cremallera que se utiliza en trenes y aviones, etc. Está muy satisfecho de sus resultados y sus agentes también. Yo me sumo a ese disfrute pero ¿de la pintura?