Vicente Verdú
Siento ahora la enfermedad de mi buena amiga Concha García Campoy, tan buena criatura. Y como llevo en la boca la amargura de la muerte de mi hermano Manolo no puedo contener la sensación de que vivimos alimentados de enfermedad y muertes.
Muerte por todas partes, entre amigos que no tendrían que morir, entre gentes tan próximas que su ausencia se queda pegada como una sombra para todos los días que amanecen. No hay mucho más que decir sobre la muerte salvo que nadie puede hablar con precisión de ella. O el dolor perturba a la reflexión o la reflexión sostenida conduce al vacío del pensamiento. Exactamente: el pensamiento lógico se eviscera con el caldo de la muerte. No hace falta mucho sino apenas unas gotas procedentes del ser que amamos y de cuya destilación, al morir, nace la angustia de no comprender apenas nada de cuanto era. A Concha no la incluyo en esta clase de dolor porque la leucemia se cura y todos sabemos de mucha gente que tras esta enfermedad han recuperado la lozanía. La lozanía que tanto ha representado para mi y mi casa Concha a lo largo del tiempo y en la que me fijo ahora, en la foto, para robarle incluso una brizna de alegría.