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COMER POCO

Por 21 de noviembre de 2006 Sin comentarios

Vicente Verdú

En estos tiempos, comer mucho es de mala educación pero además acorta la vida. La acortaría siempre pero ahora la longitud de la vida importa más, puesto que se ha comprobado la posibilidad de actuar sobre ella y haber experimentado, a partir del medievo, que la muerte nos mata individualmente y no en manadas, en cuanto feligreses, guerreros y castas. Tener que soportar la carga de la propia muerte supone responsabilizarse de la propia vida. Para alargarla al máximo, en la mayor parte de los supuestos o para acortarla también, en encrucijadas escogidas.

Entre tanto, comer mucho o demasiado obliga a quemar, junto a los miles de calorías adicionales, un puñado de años probables. El estremecimiento de este saber se difunde a menudo por los dietistas y, en especial, por una clase de elegantes médicos que no se ganan la vida recetando complejos menús adelgazantes sino recomendando, tan sólo, comer poco: la mitad del plato, la mitad del vino, sólo una bola de la tríada en la copa del helado. Comer poco es indescriptiblemente fino. Trasmite sensación de dominio y de suficiencia interna; energía de autocontrol y superior autonomía.

Si los objetos nos resultan tan fascinantes y seductores se debe principalmente a que no nos necesitan en absoluto. Somos nosotros quienes los necesitamos a ellos. Igualmente, quien denota que no necesita comer mucho –o incluso nada- se emancipa de una dependencia en cuanto a sujeto que favorece su poder de seducción en cuanto objeto.

Uno de los pecados más deplorables es la gula. Casi todos los pecados al expresarse demasiado provocan asco pero la gula viene a ser lo más próximo a lo abundoso, excrementicio y nauseabundo. Tácitamente se admite, siendo o no verdad, que quien vive obsesionado por la mesa padece insatisfacciones eróticas. Seguramente no es verdad. También entre gastrónomos se repite que será del todo imposible practicar los siete pecados capitales porque, dicen, “¿gozando de la gula y la lujuria, de quién puede sentirse envidia?”

El auge del arte culinario con la profusión de espacios mediáticos sobre el refinamiento de los gustos y la confección de platos, ha situado destacadamente las recompensas del paladar y del estómago. Pero el estómago –no el paladar- pertenece -¿para qué engañarse?- a los órdenes más vulgares del cuerpo.

Cuando menos se mencione el estómago mejor. O cuando se enseña, como ahora en las mujeres, debe ser en su máxima vaciedad. Todo estómago prominente o sólo discretamente notorio hace decrecer el valor general de la figura.

La estética se asienta en la planicie del aparato digestivo, tal como si su interior no guardara bulto alguno y en su tránsito no se conociera ningún elemento residual. La meseta del espacio es emblema de juventud y la señal unívoca de estar en forma.

Comer mucho incrementa, de otro lado, la misma problemática interior. Hace poco se demostró que un alto consumo de calorías favorecía el Alzheimer, el cáncer. El Parkinson o la diabetes. Puede que comer poco no propicie un alargamiento de la existencia por sí solo pero ayuda a sortear patologías muy criminales y, a primera vista, provee de un perfil especialmente cool para el naturalismo del siglo XXI.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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