Vicente Verdú
Con una facilidad asombrosa hay personas que pasan de lo grave a lo trivial, mientras se habla, en menos de un suspiro. ¿Qué fue entonces real? ¿La vivencia de la gravedad de lo que se trataba con tanta intensidad que fue para ella irresistible o la desmedida atracción por lo banal ante la que cedió sin proceso de transición alguno?
¿Se trata, en fin, de personas excepcionalmente sensibles a todo o meras superficies sobre las que patina de igual manera lo ligero y lo pesado, lo importante y lo que no tiene valor? ¿Superficies impenetrables a la emoción o tan emotivas que no aguantan la mínima continuidad de un sentimiento?
En el misterio de estas preguntas se encierra el misterio de muchas personalidades con las que es tan difícil sostener una conversación como sostener la fuerza de ánimo. Esas personas parecen, en cambio, extraordinariamente animadas y vitalistas, aunque también observadas más detenidamente podrían desplomarse como efecto de un colapso. ¿Un colapso por la magnitud de su sufrimiento o su alborozo? ¿Un colapso por su sobrecarga de vitalidad? ¿Un colapso como víctimas de su inherente y continuado espasmo?