Vicente Verdú
El boom de la construcción no ha sido un fenómeno privativo de España pero en ningún otro lugar -excepto Australia- ha alcanzado tan notable significación simbólica.
Desde hace aproximadamente cuarenta años, desde el tardofranquismo y su glorioso periodo desarrollista, España se ha comportado a sacudidas y su evolución económica, sexual, cultural ha repetido siempre el modelo del "pelotazo". Incluso el terrorismo de ETA se aviene tristemente bien con el general universo del espasmo. Sin descanso hemos presenciado desde la explosión de la bomba asesina a la explosión del ayuntamiento sin escrúpulos, de la incoherente culturización a granel (altamente representada por la creación de un mala universidad cada cincuenta kilómetros) a la multiplicación de supermercados del sexo en la huerta de Murcia; de la espectacular producción de títulos de libros a la corrupta proliferación de parques temáticos.
Prácticamente de un día a otro España ha pasado de la mojigatería y el catolicismo de machamartillo a revelarse como el país (legalmente) más liberal y desprejuiciado del planeta. Hasta Dinamarca y Holanda han debido apresurarse para no quedar rezagadas en diversos asuntos de la sexualidad o las drogas. ¿Una milagrosa conversión pagana en la tierra de María Santísima? ¿La explosión sociocientífica de una masa crítica?
No debe considerarse demasiado probable. Más bien si los grandes saltos han sido posibles deben su resolución a producirse generalmente en el vacío. Es decir, dentro de un medio poco densificado donde los impulsos obtienen mayor efecto y la incoherencia es parte de la dinámica interior.
En pocos lugares -a excepción de Australia- habría sido posible realizar tantos y tan radicales experimentos sociales y legislativos como en este territorio caracterizado, tras la Guerra Civil y dos décadas de nacionalcatolicismo, por una devastación en las referencias y ampliamente aligerado de pensamiento crítico.
Ahogadas o extraviadas las conexiones con el débil pasado liberal, la libertad llegó en la Transición como prorrumpe el agua represada. A los golpe de Estado de derechas sucedió el asombroso golpe de Estado democrático. La convulsión moral y política no se registró enseguida pero ha impuesto sus efectos después. Y continuadamente.
El enriquecimiento especulativo -sin secuencia empresarial- se corresponde con el éxito imperial de la salsa rosa, con la súbita fama de personajes sin fuste y, en el extremo, con la ascendencia a la presidencia del Gobierno de un par de tipos con tan poco mérito que en los mismos tiempos de la globalización no fueron capaces de pronunciar una frase en inglés. La octava potencia del mundo con líderes deslucidos y un fracaso educativo capaz de situarnos a la cola escolar de Europa.
Hay escuelas más que de sobra, como flamantes museos inaugurados sin apenas cuadros, centros culturales sin función y auditorios en los que no puede escucharse nada, una veces por carencia de músicos y otras porque el proyecto pertenece a arquitectos de figurín al estilo Calatrava.
Lo muy peculiar de un boom es su enorme semejanza con la burbuja. Se forma de un soplo y puede explotar en cualquier momento debido a su inconsistencia. Y de esta clase de naturaleza se han ido componiendo buena parte de los logros más relevantes de la historia española inmediata. Puede objetarse que también de la inmediata Historia Mundial. Pero de este modo volvemos al principio: “El boom de la construcción no ha sido un fenómeno privativo de España pero en ningún otro lugar…”, etcétera.