Vicente Verdú
La ausencia es más impresionante que la presencia. Posee más capacidad de impresión puesto que la presencia es un bulto cualquiera mientras su desaparición genera una huella. Todo lo que no está después de haber estado crea una voz inagotable, provoca una voz que alude sin remedio, sin consuelo, sin posible redención.
El recuerdo puede provocarse, pero el olvido es autónomo e independiente. Todo aquello que se va tiende al olvido y en la medida en que tiende a olvidarse deja tras de sí un reguero de memoria (voluntariamente) imborrable.
Lo borrable es siempre el recuerdo mientras el olvido persiste sin fin y sin remedio. Queda el olvido como una ausencia de lo vivido, a la manera maldita que caracteriza al vacío.
Todo lo que ocupa físicamente un lugar es abatible pero cuando la existencia prescinde del espacio, cuando se ha vuelto tan potente como para no necesitar representación su presencia se hace inatacable, imperecedera, tan fuerte e intangible como el viento que no se ve o el sonido que no se oye. Sin origen, sin tallo, sin destino, sin posible representación o recuperación. Autónoma e independiente como la nada y tan indestructible como la ceguera.