Vicente Verdú
La moda y el mood de la época evolucionan en continua conexión como es natural. Balenciaga en tiempos duros se inspiraba en Zurbarán e Yves Saint Laurent en tiempos locos conectaba con los atrevimientos pictóricos de Picasso.
Ahora hay una extensa e intensa obsesión en la pintura por el empleo de nuevos materiales, un afán por lograr efectos inesperados en el cruce de elementos antagónicos o en el empleo -cuanto más inédito mejor- de toda especie de potajes, mezclas y porquerías. Pero también, además de continuar con este oscuro gusto por la fealdad y el desgarro que se proyecta igualmente en, hay un creciente interés por un depurador énfasis de la sutileza en el vestido, como también en el cuadro, el vídeo o la instalación. Los logros en tejidos de piel que posee la finura, la levedad y el tacto del papel se corresponden con una nueva inclinación a la pintura sin peso, sin apenas elementos. Pintura de la escasez podría decirse o del espíritu famélico frente a la falta de los sustanciosos sabores (y beneficios) de la prosperidad. Paralelamente, en la moda, las prendas regresan a la arruga tal como si se tratara de orografía de lo que no está ni liso ni claro. Como una metáfora, en fin, conjunta, en pintar o coser, de lo muy retraído en sí mismo, temeroso cualquier explanación.