Vicente Verdú
Gracias al aire acondicionado han podido habitarse, explotarse, comercializarse y destruirse ecológicamente impensables zonas del planeta. El aire acondicionado actúa como un poderoso vehículo de la civilización a lomos del cual cabalgan millones de seres humanos y sus planes en este mundo, los aeropuertos, los hoteles, las alcobas, los hospitales y los centros comerciales. También los negocios y toda suerte de ocios.
Y, sin embargo, el mundo entero que se ha encerrado dentro de él abomina asiduamente de su presencia. Acaso no hay invención que junte tanto el deseo y la aversión, su atracción y su rechazo, su condición de bien contra el malestar del calor insalubre y su incuestionable carácter de nocivo para la salud. Entramos en el aire acondicionado, conectamos el aparato y nos abandonamos a su influjo con la convicción de que nos perjudicará pero ¿cómo no enchufarlo?
El establecimiento sin aire acondicionado delata su penuria o su atraso. En cualquier lugar, casi en cualquier latitud y en todo espacio interior el aire llega acondicionado. Acondicionado para librarnos del calor pero acondicionado, a la vez, para empujarnos al catarro, la neumonía, la faringitis o las fiebres sin definición exacta.
¿Tampoco se les ocurre nada al sector tecnológico para evitar que el mundo entero, globalizado, refrigerado, se encuentre bajo la sevicia de este invento a medias, con tantos años de experiencia interhumana y sin haber logrado todavía acondicionarse? Ser efectivamente acondicionado a nuestra condición.