Vicente Verdú
La repentina muerte de Rafael Chirbes por un cáncer de pulmón detectado apenas unos días antes, hace ver que nos movemos, confiados o no, siempre a lado de lo funesto. De la existencia a la desaparición apenas se oye un chasquido o un soplo de la ya fatigada respiración. De esta forma silenciosa en la que ha desaparecido un amigo he visto concluir a muchos otros y cada vez que sucede algo semejante recuerdo el último segundo en que respiró mi mujer. Apenas se apreció que había muerto sino en la sequedad de sus labios. La continuada espera de su muerte fue tan cruel que parecía inhumano hallarse aguardando allí. Y, sin embargo, lo que nos hace humanos, pobremente humanos, es este sendero sin vuelta atrás.