Vicente Molina Foix
Acabada la feria del Libro de Madrid y todas las demás fiestas y ferias que movilizan entre abril y junio a los que aún confían en el sano ejercicio de pasar páginas de papel, seguiremos leyendo, ¿verdad? Tres novedades me han dado horas de gran placer, inquietud y asombro, que quiero trasmitir, con mi recomendación más entusiasta. Ya se sabía que Luisgé Martín era uno de nuestros mejores novelistas eufemísticamente llamados jóvenes (hace poco que ha entrado en la cincuentena). A títulos para mí memorables como ‘Los amores confiados’ (Alfaguara) o, hace un año, ‘La mujer de sombra’ (Anagrama), se suma ahora un cuento largo apasionante, ‘La misma ciudad’ (en Anagrama también), que consigue extraer riquísima materia novelesca de un asunto del que creíamos saberlo todo: los atentados del 11-S en Estados Unidos. No se trata de un reportaje novelado ni de una meta-ficción; Luisgé Martín inventa el destino de alguien que pudo ser víctima del derrumbamiento de las Torres Gemelas y le da una trepidante peripecia, que no conviene contar de antemano. El resultado es un relato de aventuras, de la mayor aventura que nos cabe a todos experimentar: la de cambiar de vida.
‘La ardilla de Braque’ (Debolsillo) parece el (buen) título de una novela, pero es la voluminosa recopilación de los ensayos sobre pintura y literatura de una figura tal vez menos conocida de lo que merece, José Francisco Yvars, que suele firmar con las iniciales de su nombre y el apellido. Profesor, editor, director en su día del IVAM, J. F.Yvars se tiene por historiador del arte, y lo es, aunque no sólo. La curiosidad y el alcance de su mirada parecen infinitos, y de ello hay pruebas excelentes en este libro, que recoge sabios y estimulantes textos sobre el ‘collage’, lo que él llama ‘escultura heroica’ o los cuadros de Lucien Freud, vecino suyo en Londres durante muchos años. Pero Yvars también cultiva la pieza breve, en la tradición del columnismo culto que nuestro país ofrece como una de sus peculiaridades menos castizas. En esos artículos espigados de los periódicos donde ha colaborado encontramos al comentarista rápido y agudo de Pollock, de Bacon, del inefable e imprescindible Conde Kessler, y de una pléyade de artistas y escritores valencianos muy bien observados en el contexto político del anti-franquismo.
Las horas de asombro de mis lecturas últimas me las proporcionó un libro que se llama ‘Un monje azul come pasas rosas’ (Visor). Llamó mi atención en una librería, lo abrí, leí unas páginas al azar y ya no lo pude soltar. Su autor, José Garcia Villa (sin deliberado acento en su primer apellido), fue un escritor filipino de lengua inglesa nacido en 1908 y fallecido en 1997, cuya vida, de la que acabo de enterarme por este libro, es fascinante en sí, aunque tal vez pálida al lado del colorido de los textos que forman esta antología, poemas, versiones libres de otros autores y una selección de sus ‘xocerismos’, que son, a su modo, greguerías o pensamientos capciosos ("Dios no tiene comprobación científica. ¡Gracias a Dios!"). Elogiado por Eliot y por Edith Sitwell, amigo en Nueva York (donde se instaló siendo joven y se le llamaba el ‘Pope de Greenwich Village’) de, entre otros grandes escritores, Auden, Tennessee Williams y Gore Vidal, Garcia Villa es mucho más que un ‘raro’. Cultiva una vanguardia procaz a veces (lo que le trajo problemas serios en su país, que abandonó para siempre) y lo hace con un gran oído verbal y un fundamento que combina el irracionalismo con la metafísica. Un descubrimiento.