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El andar distraído

Por 3 de julio de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Hubo un tiempo en que el andar distraído significaba ir hacia delante mirando hacia atrás u observando obsesivamente el contexto. Las ensoñaciones del caminante solitario aspiraban a convertir el camino en un vehículo para el pensamiento. En un sparring, un spin doctor, un amigo imaginario. Hoy, el trayecto a menudo es invisible, como los fruncidos de luz en los atardeceres de verano. Cómo van a percibir los matices del cielo esos viandantes si ni siquiera se percatan de la existencia de un payaso vestido de morado y amarillo encima de un monociclo en medio de una plaza, como quiso demostrar un equipo de investigadores de la Universidad de Western Washington. Porque hoy, la principal razón por la que el ciudadano de a pie resulte herido o muera cruzando un semáforo se resume así: hablaba por el móvil.
En algunos lugares del mundo, como en Nueva Jersey, es ilegal cruzar la calzada atendiendo a la pantalla. En otros estados, como en Idaho y Delaware, unas señales avisan que “tu Facebook puede esperar”. El coste de la adicción a la hipercomunicabilidad es caro. Cada vez mueren más personas atropelladas por este motivo: distractive walking, se llama a los accidentes en la vía pública, que se han duplicado desde el 2005, con una tendencia que va en aumento. Lo leo en el blog Antigurú, de la periodista Karelia Vázquez, que semanalmente ameniza con un suculento repertorio de tendencias y patologías de la vida digital. Y me pregunto sobre las razones de la abstracción cuando se adquiere otro plano de la realidad a través del oído. Del poder casi umbilical que te abstrae hasta el punto de crear una burbuja tan poderosa como para perder la vida en el acto de mandar un mensaje, conectarte con tu Facebook o conversar.
Todos creemos que podemos hacer varias cosas a la vez, y la naturalidad con la que caminamos y hablamos por teléfono es tácitamente asimilada como la de correr y escuchar música, o conducir y masticar chicle. Simultanear, multiplicar, lleva implícita una promesa de plenitud, como si la ilusión por llenar las horas equivaliera a dotarlas de sentido. Ahí la tecnología del smartphone parece reparar la deriva existencial. Es feliz aquel que no teme ni desea, decía Séneca. Y en la cadena de insatisfacciones contemporáneas, adquieren valor sus palabras cuando afirma que “es trabajosa la vida de quienes olvidan el pasado, descuidan el presente y temen el futuro”. A menudo no atendemos ni a nuestros propios pasos, ocupados como estamos al teléfono resolviendo asuntos que creemos vitales. Una amplia carta de excusas que enmascaran el vacío y neutralizan el terror a la desconexión, la misma que deberíamos celebrar cuando el teléfono enmudece y por fin habitamos el silencio.
(La Vanguardia)

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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