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Polución

Por 8 de enero de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

He tenido la conciencia relativamente tranquila en la reciente Cumbre del Clima. Mientras me limitaba a seguirla por los medios, iba examinando posibles méritos propios y faltas, que enumero a grandes rasgos. No he fumado nunca ninguna substancia y odio los cigarrillos y sus sucedáneos, pese a que tres de mis más queridos maestros fueron tabaquistas. No conduzco y jamás tuve coche, aunque confieso que me saqué el permiso de conducir siendo joven, y lo renové, inmaculado, varias veces, con la misma fe con la que veía a mis desengañados amigos comunistas renovar su carnet del PC. Compro mis alimentos en el mercado y los meto cada vez en el mismo carrito con ruedas de mi propiedad; esto no solo por sostenibilidad sino por las lumbares. No suelo participar en barbacoas, ni aprecio su humareda: el síndrome de San Lorenzo mártir quizá. Pero no soy un santo. Friolero de nacimiento, necesito una estufa a mi lado casi siempre, y enciendo el gas ciudad cuando la primavera sale fresca. Economizo el agua (no cultivo plantas y me ducho), si bien la calefacción, siendo más bien nocturno y sedentario, la tengo hasta altas horas. Lo malo es que entro y salgo de aviones con frecuencia, y los prefiero al tren. El dióxido de carbono, ya sé. En mi defensa de la aviación comercial puedo esgrimir, además de la rapidez, el hecho incontestable de que hoy por hoy el avión es el único espacio público donde no se puede hablar por móvil, y eso es mucho. ¿O es que la agresión acústica no se va a tener en cuenta a la hora del juicio final climático?

Las compañías aéreas no ayudan, sin embargo. Derrochan queroseno y nos reducen el sitio donde poner las piernas. ¿Ahorro o lucro? Salvemos el planeta, desde luego, pero no al coste de convertir a viajeros y empleados en rehenes de una explotación que clama al cielo mientras hiere la tierra.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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