Vicente Molina Foix
No ha habido en la historia de la pintura un artista menos literario que Matisse, y para comprobarlo basta con visitar la excelente exposición que sigue abierta todo este verano en el Museo Thyssen de Madrid (con horario tardío de cierre que los noctámbulos agradecemos). En Matisse no hay ‘programas’ temáticos, ni circunstancia, ni historia, ni siquiera personajes, pese a las muchas figuras que él pinta. Matisse es el gran veneciano del siglo XX. Liberado de las obligaciones mitológicas o sagradas o retratísticas que un Veronese aún tenía en el siglo XVI, el francés se dio toda su larga vida a la experimentación de las esencias de su arte: la pura forma, el color, la sensualidad, animadas por el instinto constante de lo jubiloso.
Pero unos pocos días después de ver esa exposición cayó en mis manos un reciente libro titulado ‘Y además sabían pintar. Desde Dostoiesvski y Proust hasta García Lorca y Sylvia Plath’ (Maeva Ediciones). De aspecto, el libro parece, por su gran formato, por su poco texto, por sus lujosas ilustraciones en color, lo que los ingleses llaman "coffee-table book", pero la obra, que firma Donald Friedman, es algo más que un recuento de los escritores que, además de ser creadores de palabras, han sentido la inclinación de la imagen pictórica. La antología de Friedman es amplia y muy completa (aunque no exhaustiva), y el lector perdonará la inclusión de algunos pintamonas como Dario Fo, que ni siquiera es un notable escritor, pese al Nobel, o de los cuadros de Tennessee Williams, que no están a la altura de la obra de este maravilloso dramaturgo. A cambio de esos y algún otro desliz más, el lector puede repasar la importancia de artistas que admiramos sobre todo por su palabra pero concibieron su actividad sin diferenciar la plástica de la poética verbal. Así fueron Cocteau, William Blake, Artaud y nuestro Rafael Alberti, e incluso García Lorca, cuyos extraordinarios dibujos cada vez son mejor comprendidos en el conjunto de su universo propio.
Y luego están las sorpresas, abundantes. Para mí lo ha sido descubrir la actividad pictórica (un poco en el estilo de Caspar David Friedrich) del gran novelista austriaco Adelbert Stifter (que ya va siendo, aunque tardíamente, traducido en España), saber que Nabokov no sólo coleccionaba las mariposas que cazaba, sino que las dibujaba primorosamente a lápiz, o comprobar que Carlo Levi, Joseph Conrad y e. e. cummings tenían tan buena mano con el pincel como con la pluma. Echo en falta la inclusión de Juan Benet, cuyos ‘collages’ irracionalistas y marinas bélicas podrían figurar con más honra en el libro que los óleos de Aldous Huxley o las litografías de Günter Grass.
En su epílogo, John Updike, que también pintaba, aunque no pasará por ello a la historia, dice que "poner manchas negras sobre papel blanco es común de escritores y pintores". Y es verdad que un cierto ‘horror vacui’ es compartido por todos los artistas, escritores, pintores, músicos, escultores. Buena parte de los novelistas y poetas recogidos en este libro gozaban tanto pintando como escribiendo, aunque la gran mayoría tenía a la pintura como el escape o reposo de la literatura. Justo lo contrario de lo que siempre hizo Matisse.