Sergio Ramírez
Los hermanitos polacos, con mansedumbre de graciosos osos de peluche, han reclamado el restablecimiento de la pena de muerte en toda Europa, y han puesto bajo investigación el programa de televisión Teletubbies bajo el cargo de que estimula la homosexualidad. Alientan un discurso antisemita, en un país donde el antisemitismo costó millones de vidas, y han intentado prohibir el estudio de Kakfa, Flaubert y Dostoievski en los colegios, para sustituirlos por “autores polacos nacionalistas y patriotas” (entre los que no estaría seguramente Conrad). Hicieron pasar en el parlamento una ley mediante la que se obliga a más de 600.000 ciudadanos a entregar una declaración sobre sus actos políticos en tiempos del régimen comunista, un streap-tease obligado de sus vidas de veinte años atrás, los buenos separados de los malos, como en el juicio final.
La historia, madre sin sentimientos, y llena de sorda ironía, cuando entromete el vínculo familiar y da el poder a hermanos gemelos, a padres e hijos, a esposos y esposas, crea el ridículo con todos sus acentos de risa, y también la tragedia, con todos sus acentos de llanto.
Pero se arrepiente a veces de sus desaciertos, y arrebata a la novela la carne del asador. Porque los hermanos Kaczynski no tardarán en salir por donde entraron, la engañosa y caprichosa puerta de los votos. Tras una denuncia de corrupción han perdido la mayoría parlamentaria, y las encuestas los reducen ahora, de cara a las elecciones anticipadas que ya han sido convocadas, a su mínima expresión.