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Una vieja conversación que no termina

Por 11 de mayo de 2021 Sin comentarios

Sergio Ramírez

 

El libro recién publicado por Alfaguara, Dos soledades, Un diálogo sobre la novela en América Latina, recoge la conversación que sostuvieron Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en la Universidad de Ingeniería de Lima en septiembre de 1967.

Conversaciones literarias ha habido por miles desde entonces sobre el mismo tema, especialmente en estos tiempos de pandemia cuando todos nos hemos vuelto zoombies; pero esta, leída más de medio siglo después, y con tanta agua literaria pasada debajo del puente, ofrece claves fundamentales.

Apenas pocos meses antes de esta conversación, ha aparecido Cien años de soledad, y García Márquez viene de Buenos Aires, donde se ha publicado la novela, arrastrando su cauda de fama repentina; y Vargas Llosa acaba de recibir en Caracas el premio Rómulo Gallegos por La casa verde. Es la década del boom, cuando se publican también La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, en 1962, y Rayuela, de Julio Cortázar, en 1963, año en que sale también La ciudad y los perros, del mismo Vargas Llosa, ganadora del premio Seix Barral.

En la conversación de Lima se habla reiteradamente del boom. “Yo no sé si el fenómeno del boom es en realidad un boom de escritores o si es un boom de lectores…”, afirma García Márquez.

El boom pueden ser todo menos una generación literaria. Cuando Rayuela se publica, Cortázar, que podría ser más bien el abuelo, o el padre, de todos los demás, ronda ya los cincuenta años, y para la aparición de La ciudad y los perros, Vargas Llosa tiene apenas veintisiete. Los únicos contemporáneos entre ellos son Fuentes y García Márquez.

Tampoco pudieron haber suscrito nunca ningún manifiesto generacional, ni se confabularon para matar a sus padres, como ocurre con cada nueva generación de jóvenes escritores que se precie de tal. Para algunos de ellos, los padres reconocidos con gratitud, son Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, o William Faulkner.

El único padre con el que se desquitan los protagonistas de la conversación de Lima, es Borges, porque “escapa de una realidad concreta, de una realdad histórica” como opina Vargas Llosa entonces; aunque García Márquez reconoce que no puede dejar de leerlo. Y lo lee sólo porque “es un hombre que enseña a escribir”. Casi podemos ver a Borges en este diálogo como una deidad menor, que no sobrevivirá al paso de los años.

Pero Borges se vuelve un tema recurrente en la conversación. Es una espina que sigue allí, clavada en la garganta de ambos, y Vargas Llosa no parece tranquilo de conciencia. No puede ser que esa tentación de volver siempre y otra vez a Borges, de leerlo y releerlo, no tenga una razón, más allá de que su obra sea un buen manual para aprender a escribir. Borges, de alguna manera, dice Vargas Llosa, “está describiendo, mostrando la irrealidad argentina, la irrealidad latinoamericana. Y esa irrealidad “es también una dimensión, un nivel, un estado de esa realidad total que es el dominio de la literatura”.

Lo plantea como una pregunta. “Te hago esta pregunta”, le dice a García Márquez, “porque yo siempre he tenido problemas para justificar mi admiración por Borges. Pero el otro no cede. “No tengo ningún problema para justificar mi admiración, lo leo todas las noches”, dice. Pero lo único que le interesa es “el violín que usa para expresar sus cosas”. Su irrealidad es falsa, no es la irrealidad de América Latina, que “es una cosa tan real y cotidiana que está totalmente confundida con lo que se entienda por realidad”.

Esos dos que reniegan del maestro al que admiran y al que no pueden dejar de leer, un reaccionario, además, de ideas vetustas, ignoran que ambos van a recibir en el futuro el Premio Nobel de Literatura que a Borges le será negado; pero ignoran también que ese viejo ciego y tan molesto por sus opiniones atrabiliarias, será en todo sentido universal, como lo serán ellos, y que su obra tendrá una inmensa influencia en generaciones sucesivas de escritores de otras lenguas. Un clásico mayor.

Y cuando Vargas Llosa se preocupa por el sentido latinoamericano de la irrealidad de Borges como una dimensión de la realidad total, es porque están hablando de algo que se volverá fundamental a partir del boom como enfoque literario, y es ese concepto de la totalidad. Las generaciones anteriores, de Guiraldes a José Eustasio Rivera, a Rómulo Gallegos, no supieron ver el todo, concuerdan ambos.

Los del cuarteto del boom son los descubridores del todo latinoamericano. Se ven como piezas de un mecano narrativo, modelo para armar, porque la realidad, siendo una misma en todas partes, con relieves diferentes, se presta a una sola escritura, una escritura colectiva a la que, además de ellos, se suman Carpentier, Onetti, Rulfo.

La novela latinoamericana viene a ser así un gran concierto polifónico. Carlos Fuentes se volverá uno de los acérrimos promotores de este concepto, y llega aún a proponer la escritura de una novela de novelas, cada una de ellas un capítulo escrito por un novelista diferente.

Y este concepto de la totalidad, de la visión común, sólo es posible porque sea ha llegado por fin a conquistar la modernidad. Un nuevo descubrimiento de América.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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