Sergio Ramírez
La pérdida de cualquier memoria de la cultura deja un hueco de un tamaño que sólo el paso del tiempo vendrá a decirnos que es de verdad insondable. Destrucción de bibliotecas, quema de libros, desaparición de documentos, pinturas rasgadas a cuchilladas o desaparecidas en incendios, de eso nos acordamos siempre como golpes de los que la humanidad nunca se repone. Y ahora, destrucción de fotografías.
Hemos perdido un tesoro por la insidia de los irresponsables que destruyeron los miles de negativos que componían el archivo histórico de Daniel Mordzinski, un artista fundamental de nuestro tiempo que se ha pasado la vida haciendo que los escritores dejen las huella de sus figuras y de sus rostros en las poses, circunstancias y composiciones más singulares que nadie haya nunca imaginado. Todo un paisaje viviente de la literatura. Obras de arte que fueron enviadas a la nada.
No hay excusas suficientes para este acto, y sobre todo viniendo de la administración de un periódico como Le Monde que ha sido símbolo de la excelencia del periodismo. Es una historia de prestidigitación nefasta. Un armario sacado de una oficina, sin conocimiento ni consentimiento del dueño de ese tesoro vaciado y desaparecido, destruido. Tirado a la basura, triturado, quemado. Qué hoguera ésa de imágenes volviéndose cenizas.
A Daniel, nuestro fotógrafo imprescindible, el artista como pocos, los responsables de este atropello le deben más que una excusa. Nosotros, mientras tanto, quienes hemos comparecido delante de su cámara, le debemos solidaridad. Este es un duelo compartido. Y una protesta. Una condena.