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Por fin empieza el nuevo siglo

Por 9 de mayo de 2018 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

De todos los meses, abril es el más cruel, escribía el poeta T.S. Elliot. Lo hemos probado en Nicaragua. El 4 de abril de 1954, la dictadura de los Somoza persiguió, torturó y asesinó a un puñado de jóvenes, civiles y ex oficiales de la Guardia Nacional, que se habían rebelado contra la tiranía. Ernesto Cardenal lo relata con maestría en su poema Hora O. Fue cuando Anastasio Somoza Debayle, “Tachito” sometió a torturas él mismo a Adolfo Báez Bone, y este le escupió sangre en la guayabera impoluta, pues iba para una fiesta después de acabar su tarea en las mazmorras de la casa presidencial en la loma de Tiscapa.
Y ahora, en este otro abril cruel de 2018, la masacre sanguinaria contra los muchachos estudiantes desarmados, asesinados por la espalda en las calles, un número de víctimas aún incierto que sigue creciendo. Muchachos torturados también en las mazmorras, rapados como criminales. Y esos a quienes les arrancaron las uñas, según el testimonio entre lágrimas de monseñor Silvio José Báez.
 
Este ha sido un episodio crucial de nuestra historia, y con esta masacre, que quiso ser la respuesta brutal a un clamor de rebeldía, empieza de verdad el siglo veintiuno en Nicaragua. No empezó con el pacto entre Alemán y Ortega, ni con los fraudes electorales repetidos, ni con la corrupción propiciada por los petrodólares venezolanos, ni con el zancudismo potenciado, ni, menos, con la gran mentira del Canal Interoceánico amparado por ese otro pacto truculento contra la soberanía del tratado Ortega-Wang Jing.
 
Este comienzo de siglo es tardío, pero arrancamos con un estallido moral. La modorra de las conciencias, ese cuerpo anestesiado que ha sido el país por años, ha despertado por fin, gracias a una juventud valiente y limpia, que le ha puesto a Nicaragua su marca de país, que es la marca de la ética. En las calles, a pecho descubierto, sin armas, enfrentando la mentira oficial, estos muchachos le devolvieron a Nicaragua la decencia. Purificaron el aire contaminado.
 
¿Nadie lo vio venir cuando esas voces juveniles indignadas se alzaron contra la quema de la reserva de río Indio-río Maíz, un crimen consentido y amparado oficialmente, una tragedia tratada con desidia y desprecio? A esos muchachos, desde su conciencia ética, les importó la selva agredida porque era una agresión más contra el país.
A ellos les debemos despertar al nuevo siglo. Lo que no hicieron los sindicatos blancos, protestar contra las medidas neoliberales aplicada al sistema de seguridad social, lo hicieron ellos, que ni son asegurados. Volvieron por los demás, por los perjudicados, y la solidaridad es siempre un acto ético. Gracias a esa ética solidaria, a ese desprendimiento radical, al punto de ofrecer sus propias vidas, es que tenemos ya un nuevo siglo, con un nuevo país.
Porque si bien la tarea no está terminada, Nicaragua cambió para siempre. El silencio, la sumisión, el temor, se quedaron en el siglo pasado. No caben ya en este nuevo siglo que empieza tarde, pero que no tiene retroceso. La ética de estos muchachos nos libró del peor de los males de la conciencia, que es el miedo. No olvidaré un cartel escrito a mano, sostenido por uno de esos jóvenes ejemplares: “Nos han quitado tanto que nos quitaron hasta el miedo”. Las palabras, cuando son verdaderas, son poesía. La poesía de la verdad.
 
La ética es una práctica, no son sólo palabras. En el lugar donde había los ignominiosos árboles de fierro, las manos de uno de esos muchachos  arbolito verdadero. La vida de lo vivo, contra la muerte de lo muerto.
La gente devolvía a los supermercados y a las tiendas los productos robados por los vándalos oficiales, los detenía en la calle y les quitaba lo robado. ¿No es eso ética en acción, verdad en movimiento?
 
Al devolvernos la moral, nos han devuelto la vida. Con esta juventud sin mancha, volvemos a renacer. Con ellos nace el nuevo siglo.
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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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