Sergio Ramírez
La publicación de mi primer libro a los 20 años de edad la financié de mi propio bolsillo, una edición de 500 ejemplares impresa en Managua en los modestos talleres tipográficos de mi amigo Mario Cajina Vega, que él había bautizado pomposamente como Editorial Nicaragüense. Un hermoso libro artesanal, compuesto a mano por los tipógrafos que trabajan semidesnudos en el calor de 40 grados a la sombra, y que yo mismo debí llevar en consignación a las pocas librerías de la capital para volver cada viernes a preguntar cuántas copias se habían vendido. Me gusta repetir que en una de esas ocasiones la propietaria de la librería Selva, al contar los diez ejemplares que le había dejado, halló que había once.
Es lo que hoy en día se llamaría una "autopublicación", la modalidad que se impone en Estados Unidos frente a la crisis creciente de las editoriales tradicionales, que ven reducidas sus ventas, y por tanto sus catálogos, y se arriesgan poco a la hora de enfrentarse con el manuscrito de un escritor joven, con lo que prefieren los de venta segura, los best sellers, o candidatos a best sellers. Entonces, el autor se dirige a una empresa que le cobra por publicar su libro, en lugar de pagarle un adelanto, lo mismo que hice yo a los 20 años con mi pequeño tomo de cuentos primerizos.