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Ni envejecen ni mueren

Por 5 de julio de 2017 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

Nunca me pierdo las tiras cómicas en los periódicos, costumbre de toda la vida. Antes de empezar a leer libros de letra corrida, me fasciné con las revistas de historietas donde los personajes eran obra de la mano de un dibujante, y lo que decían aparecía escrito dentro de globitos.

Y no sólo eso. Además de las historietas cómicas, provengo de las narraciones dramatizadas en la radio, y del cine. Todos ellas son maneras de contar, y así aprendí a apreciarlas. La palabra, mi instrumento de expresión, se vería excitada por esos otros instrumentos que aparentemente le son ajenos: la imagen fija, pero cambiante, de los dibujos de los comics; la imagen en movimiento del cine; y la voz sin imagen de la radio.

Cuando a un escritor se le pregunta por los primeros libros que leyó, generalmente comienza citando Sandokán, de Emilio Salgari, o La Isla del tesoro, de Stevenson. Pero yo no leí esos libros de niño, sino que los oí, interpretados por las voces del Cuadro Dramático de Radio Mundial.

Las revistas de historietas eran para mí como para don Quijote los libros de caballería, y cuando en el día no me alcanzaba para leer las que me prestaban, o alquilaba en los pequeños negocios donde se exhibían en cuerdas, sostenidas por prensadores de ropa, me las llevaba a la cama.

Los personajes, vestidos de manera estrafalaria, porque sus atuendos eran circenses, tenían súper poderes como Amadís de Gaula o Belianís de Grecia, y una doble identidad bajo la máscara, como en las novelas decimonónicas. El Capitán Marvel, Supermán, La Mujer Maravilla, El Fantasma, Linterna Verde, Mandrake el Mago. Y todos tenían un compañero, o escudero, su Sancho Panza.

En este catálogo de superhéroes, el principal era para mí el Capitán Marvel, una historieta que venía de Argentina. Vestía enteramente de rojo con un rayo en el pecho, y una capa bordada de domador de leones. El humilde voceador de periódicos, que se apoyaba en una muleta al caminar, se transformaba prestamente en el Capitán Marvel al pronunciar el nombre del mago SHAZAM, un anciano que le había otorgado sus poderes sobrenaturales como un acto de consagración mística, para defender el bien y la justicia.

El misterio de la doble identidad, como en las novelas de Dumas, estaba de por medio. El niño tullido, capaz de convertirse en héroe poderoso. El Fantasma, el duende que camina, enfundado en su sobretodo y de lentes oscuros, cuando no de antifaz y traje ceñido, dueño del anillo de la calavera heredado generación tras generación de Fantasmas, con el que marcaba la quijada de sus enemigos en duelos a puñetazos.

Pero hay algo más en las historietas que se aparta de las reglas del espacio temporal de las narraciones escritas, donde los personajes de los relatos tienen siempre una vida finita. Nacen, crecen, envejecen, mueren, porque siguen la lógica de la vida a la que la invención busca imitar.

En las historietas cómicas, en cambio, los personajes son inmortales. No envejecen nunca, ni mueren, porque la saga de sus aventuras y por tanto de sus vidas, se vuelve infinita, ya que pertenecen a una secuencia inacabable que no deja de repetirse. Mueren los dibujantes y guionistas, pero serán repuestos por otros que representarán a sus personajes con las mismas edades de siempre, en un ambiente siempre contemporáneo, como los antiguos pintores representaban las escenas de la pasión de Cristo en las ciudades donde ellos mismos vivían, con los castillos medioevales de fondo.

Y cuando en un museo admiro el retablo de un altar, donde cuadro tras cuadro se cuenta una historia bíblica y el texto de lo que dicen los santos y profetas sale en cintas de su boca, no dejo de pensar en las historietas de mi infancia y de mi vida.

 

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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