Sergio Ramírez
Informar a los demás lo que necesitan saber, o quieren saber, es hoy más que nunca un riesgo de muerte. Ya lo hemos visto con los periodistas mexicanos perseguidos por la hueste asesina de los reyes de baraja del narcotráfico, que son sistemáticamente secuestrados, desaparecidos y asesinados. Ahora vamos a Afganistán, donde el negocio floreciente no es la cocaína, sino la heroína. Desde la caída del régimen de los talibanes, Afganistán se ha convertido en el productor de amapola más grande del mundo.
Primero fue asesinada este mes la periodista Shakila Sanga Hamah, una joven de 22 años, cuando volvía a su casa después de cumplir una jornada de trabajo en la estación de televisión Shamsad de Kabul. Luego leemos la historia de Zakia Zaki, directora de una emisora de radio en Jabalsaraj, muerta de siete tiros por tres sicarios mientras dormía en su casa al lado de su tierna criatura, un niño que no cumple aún los dos años.
En su emisora Radio Paz, Zakia solía hacer duras críticas a los talibanes y a los llamados señores de la guerra, que son los que controlan el multimillonario negocio de la heroína, unas veces con el apoyo de las guerrillas talibanes, y otras con el apoyo del propio gobierno; y los talibanes son quienes siguen imponiendo sus oscuras reglas de conducta a las mujeres.
Radio Paz era una emisora independiente, que promovía la defensa de los derechos humanos, y los derechos de las mujeres, algo que viene a merecer la pena capital, de lo que habla claro el caso de Zakia. Pero no paran allí las cosas.