Javier Rioyo
Me gustaba ir al campo de fútbol. No cada fin de semana, no soy tan creyente. Ir de vez en cuándo, con amigos, con seguidores más o menos tranquilos de mi equipo. Los que parecen poco apasionados en el campo se convierten en otra cosa. En otra cosa peor. Los excesos, los nervios, los insultos, la pasión ciega, la arbitrariedad salen a flote con inusitada facilidad en un campo de fútbol.
Como no voy con mucha asiduidad, de vez en cuando hasta nos venía bien esa descarga de adrenalina, de malos sentimientos y de malas palabras. Eso hasta el otro día, el otro sábado me cansé. Creo que va siendo hora de decir adiós a todo eso. Yo ya no juego, al menos no juego desde el campo, desde las gradas y rodeado de vociferantes y arbitrarios seguidores de un club, al que cada vez reconozco menos.
Yo tengo la fatalidad de ser del Atlético de Madrid, tengo otras fatalidades, también soy español y otras cosas que no vienen al juego. Uno es de un equipo sin saber muy bien por qué. Yo al menos no tenía antecedentes que me hubieran inducido ese destino tan complicado, ser del Atlético de Madrid no es fácil. Pero al menos uno lo consideraba divertido. Alguna vez en los infiernos, pero generalmente luchando -y perdiendo- por puestos más importantes. Eso, y una cierta historia de club no arrogante, popular, simpático e imprevisible, hacían que fuera un equipo para estar cómodo. También era una manera de estar contra el equipo vecino, el equipo que -perdón por los tópicos de antaño- más brilló en el franquismo, y también en la democracia. El Barça, es otra cosa. Además de más que un club, que eso lo son bastantes, es también simbólico de una entidad y de una buena historia futbolística. Yo, que me reconozco del Atlético con todos los vicios, por tanto también anti-madridista. Y lo siento. Lo sentí el otro día en el campo. En un campo en que volvimos a perder por méritos contra un equipo casi descendido.
Lo que me hizo sentirme mal, incómodo, fue la salida ignominiosa de algunos, bastantes, que gritaban al digno y luchador Celta, y deseaban su bajada a segunda. ¡Me río de nuestra propia historia! Sin embargo, lo definitivo fue toparme con algo que veía un poco de lejos, toparme con los fascistas con las banderas anticonstitucionales. Se me ocurrió increparles. Me jugué algo más que una bronca. Tuve conciencia del peligro. Y de la estupidez, de la miseria de algunas tribus. No degusta la música, ni la letra, de esa tribu. Mientras ellos sigan tan libres, no iré al campo. En el campo, sin tantas exageraciones fascistas, todos somos peores. El fútbol, para mí volverá a ser un juego para ver por televisión. Estoy cansado de esa manera de palmar, pero sobre todo de esa manera de ser y de estar.