Sergio Ramírez
A medida que los decretos de Sancho como gobernador de su ínsula de Barataria tratan de establecer reglas de buen comportamiento para los tahúres, matarifes, soldados, sangradores, solicitantes, sacamuelas, prostitutas, sacristanes, alcahuetas, mendigos falsos y reales, y los ponen bajo la amenaza de la vara del alguacil comisionado de medir las costillas de los pícaros, el choque de la justicia con la realidad hace brotar aún más las alegres chispas de la risa.
Y los amenazados por la vara, imaginan el poder de manera contradictoria: quieren en la cárcel a los aprovechados, a los ladrones verdaderos, pero también quisieran el poder en sus manos alguna vez para lucrarse de él. Alguien de abajo, como Sancho, una vez en el poder, siente ese vehemente deseo. Al llegar a las alturas, sueña con dormir en lecho mullido, y ser servido en una mesa espléndida: "…pensé en venir a este gobierno a comer caliente y a beber frío, y a recrear el cuerpo entre sábanas de holanda sobre colchones de pluma…", dice.
Es una historia ésta del poder corrupto que se repite y se repite. Somos testigos a diario de ella, y basta con pasear la vista por nuestro entorno para ver cuánta razón sigue teniendo Cervantes, cualesquiera que sean los disfraces de quienes se apropian del poder sin gana alguna de dejarlo.