Sergio Ramírez
Las escogencias propias son escasas, y vivimos conformes bajo la égida de los gustos globales impuestos por potestades invisibles. ¿Hijos de Disney? Quizás, mejor, hijo del ratón Mickey, y sobrinos del pato Donald, Hugo, Paco y Luis. Cuando la cadena McDonald abrió su primer restaurante en Managua, vino en visita oficial el payaso Ronald McDonald, el embajador certificado de las hamburguesas, y poco menos que fue recibido con honores de estado.
Los teléfonos inteligentes, los libros electrónicos, las tabletas, no son por supuesto catástrofes culturales, sino avances trascendentales de la civilización que están alterando de manera profunda nuestras vidas, concentrando múltiples posibilidades de comunicación, instrucción y recreación en un solo instrumento manuable, lo mismo que lo son las redes sociales de comunicación de las que me confieso entusiasta beneficiario. Y me maravilla, como alguien que ha visto ya muchas cosas a la largo de su vida, la velocidad centelleante con que las innovaciones y cambios tecnológicos se producen, lo cual no solo me asombra, sino que me atemoriza ante la posibilidad de no poder asimilarlo, ni disfrutarlo todo. Tener en la mano una biblioteca entera no es poca cosa.
Pero siento que la cultura se empobrece al mismo tiempo que se masifica. En los estantes de las librerías que aún sobreviven, porque decenas se cierran cada día en el mundo, abundan ahora los libros de autoayuda, los best sellers perecederos, los manuales de angelología y los libros esotéricos tipo new age, lo mismo que en los catálogos electrónicos. Lo global se vuelve pobre y las oportunidades de democratización de la cultura se desperdician. Este es el signo contradictorio del nuevo milenio.