Sergio Ramírez
Igual que Mugabe, Mandela sufrió larga cárcel en castigo por su lucha en contra del régimen racista, porque Sudáfrica y Rhodesia eran los dos modelos de supremacía blanca en el continente africano, hasta que tuvo que ser liberado tras una de las luchas populares más heroicas y trascendentes de que el siglo veinte tuvo memoria, y fue electo en 1994 el primer presidente negro de su país por un período de cinco años. Mandela se encarnó en la conciencia de su pueblo oprimido como un líder natural, el Madiba, más allá de los votos, y pudo hacerse quedado en la presidencia todo el tiempo que hubiera querido, hasta hoy mismo, cuando ha llegado a los 92 años de edad, y habría seguido siendo el líder indiscutido del Congreso Nacional Africano, su partido.
Sin embargo, al término de su período decidió no quedarse un día más, y dio paso a la escogencia de su sucesor, renunciando a la reelección y abandonando el poder en la plenitud de su poder, y de su prestigio mundial. Se apartó con humildad, y en su cuenta no hay abusos de poder, ni actos de corrupción, ni discursos huecos, ni bufonadas, sino la visión de un hombre que quiso construir un país democrático y unido, más allá de las fronteras raciales, buscando la reconciliación con la minoría blanca para tener una sola y gran nación. Un estadista verdadero, que basó su sentido del poder en la ética, y en la lealtad a sus principios, el mismo cuando estaba en la cárcel que cuando estaba en el palacio presidencial.
La historia no recordará a Mugabe sino como un tirano corrupto, de los que hay muchos, que frustró un proyecto de nación y falseó la palabra liberación y la palabra revolución en el más abyecto de los sentidos, por mucho que llene las plazas de estatuas suyas, y las calles de carteles con su rostro. Mientras tanto Mandela es un símbolo universal de lo que podríamos llamar la santidad en la política.
La más valiosa de los figuras mundiales del siglo veinte, una figura ética por sobre todas las cosas, más allá de las estatuas que se alzan en su homenaje, muy a pesar suyo.