Sergio Ramírez
Sin poder solucionar ninguno de esos problemas estructurales, la confianza en el presidente Lugo había bajado a 37% al momento de su derrocamiento. Debió enfrentarse con disensiones dentro de la propia alianza que lo llevó al poder, con los reclamos urgentes de cambios sociales que no tenía la posibilidad de resolver, con el rechazo conspirativo de sectores conservadores de la sociedad, y su imagen sufrió mengua frente a los continuos escándalos de reclamos de paternidad por parte de mujeres que habían sido sus amantes en sus tiempos de obispo, unos de esos reclamos verdaderos, otros falsos.
El problema agrario no resuelto, que superó las capacidades del presidente Lugo, fue precisamente el que dio al traste con él, cuando la policía se enfrentó a balazos con campesinos que reclamaban tierras en un latifundio de la frontera con Brasil, propiedad del terrateniente más grande del país, Blas Riquelme, íntimo asociado de Stroessner, con muertos y heridos de ambas partes. Lugo respaldó la acción policial, y todos esos muertos fueron a dar a su cuenta, juzgado sumariamente, y destituido sin oportunidad de defensa.
Se sometió primero al fallo del Senado, que lo destituyó, y luego rechazó ese fallo cuando ya era muy tarde. Ahora su figura que fue tan atractiva, un antiguo obispo católico llegado a la presidencia en nombre de los pobres, se disuelve no sólo en su propia impotencia para cumplir con las esperanzas de un país que aún espera por el mañana, sino también en la impotencia de las instituciones, y en la impotencia del sistema democrático mismo para librarse de la sombra ominosa del doctor Francia.