
Sergio Ramírez
Miseria, desamparo, desesperanza, sobre todo para los más jóvenes, que es la clientela de los maras, y criminalidad generalizada que toca a todos los sectores de la sociedad, los ricos protegidos dentro de sus fortalezas amuralladas, la clase media indefensa, y los pobres aterrorizados en las barriadas. El ingeniero industrial, al terciarse la banda presidencial, recibió el modelo para armar más complicado que manos humanas hayan tocado jamás en Guatemala.
Fruto de uno de esos milagros que los países latinoamericanos producen de tiempo en tiempo, la mayoría de la gente creyó más en el discurso de Álvaro Colom, de transparencia institucional y progreso social como armas para enfrentar el crimen, que en el de mano dura, del general Pérez Molina.
La mano dura para neutralizar a los maras, orquestada por gobierno de derecha, ya había fracasado ruidosamente en Honduras y El Salvador. Ahora el presidente Colom, que apenas tiene poco más de un mes en la presidencia, busca enfrentar al crimen organizado sin salirse del marco institucional, y la campaña de seguridad pública que las fuerzas policiales han lanzado sobre los focos rojos de delincuencia, sobre todo en la ciudad de Guatemala y en su extensa periferia, han obtenido como primera respuesta la multiplicación del asesinato de los choferes y ayudantes de autobuses, de los que van ya más de 15, una franca réplica de las pandillas decididas a defender sus territorios, y su negocio de cobro de impuestos de protección. La guerra recrudece, y será larga.