Sergio Ramírez
¿Pero qué es al fin y al cabo hoy en día la izquierda? ¿Es una congregación cuyos fieles deben tener en la mano un certificado de virtudes ideológicas expedido en base a alineamientos ciegos con determinados gobiernos y formas de poder? ¿O ser de izquierda es pertenecer a una comunidad de personas libres que creen en la equidad y la compasión por los más débiles, y son capaces de sentir “en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”, como escribió el Ché Guevara a sus hijos en su carta de despedida?
Norberto Bobbio, el pensador italiano, explica en su muy sabio libro Derecha e izquierda, que la idea de libertad debe ser irrenunciable para la izquierda en su proyecto de convertir en más iguales a los desiguales: los derechos sociales puestos al lado de la libertad, con lo que el espacio de la democracia es necesariamente el espacio de la izquierda.
Es la izquierda en la que yo creo desde mis tiempos en la revolución sandinista de Nicaragua, cuando tenía los mismos años de quienes han salido a las calles de Caracas a protestar por el cierre de una emisora. El tiempo me ha dado más años, pero no menos convicciones.