Sergio Ramírez
¡Ay, felicidad, para que fueras eterna!, exclama el borracho muerto en llanto que podemos hallarnos en los cuentos de Juan Rulfo. ¿Y si de verdad fuera tan eterna la felicidad como quisiéramos? Anda penando, dicen de los muertos sin sosiego que se pierden por las calles desoladas de Comala. Al alma en pena le hará falta siempre la equívoca felicidad de este mundo, la esperanza inconstante de que la felicidad siempre está por llegar, sólo se trata de alzar la mano para alcanzar el fruto dorado. ¡Y el pobre rey Midas que se moría de hambre porque todo alimento que tocaba se le convertía en oro!. ¿Y si la mujer que tocamos con temblor febril de los dedos se volviera de alabastro?
Andan penando los muertos porque las hace falta el cuerpo. Corpus delicti, corpus delicia. Sin cuerpo no hay apremios, ni deseo, ni tormentos, ni desdichas, y por tanto no hay dichas, dice el libro del Tao. El alma despojada del cuerpo sólo será una abstracción neutra porque sin cuerpo la sucesión de momentos iguales uno a otros en el infinito de la calma sin sustancia es de una vez por todas el peor de los infiernos, aunque se ofrezca como cielo. El infierno de hielo de la felicidad sin las tentaciones del dolor, que se convierte así en el estado más cercano a la idiotez, porque entonces el alma está sola sin su propio cuerpo y sin ningún otro cuerpo en vecindad para poder arder a gusto en el infierno del cielo, entre las llamas del delirio.