
Sergio Ramírez
Rubén Darío, el mulato. Como creador, hace que la mulatez desborde él sentido negativo original que él mismo le dio. En sus manos, cobra un signo positivo, y ya no se trata de una mezcla o mezcolanza sólo racial, sino, sobre todo, cultural. Es lo que nos dice José Martí, que no era precisamente un mulato de sangre:
Éramos una máscara con los cañones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio mudo nos daba vueltas alrededor y se iba al monte, a la cumbre del monte a bautizar a sus hijos. El negro oteando, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido entre las olas y las fieras…
Y es lo que de todos modos y desde el principio intuyó el propio Darío: la presencia de ese infaltable componente africano sin el cual nunca seríamos lo que somos. Lo dice en este poema primerizo de 1885:
Señor, yo abarcaré en este estrecho abrazo,
toda la paz del mundo.
Al África tostada,
ya de antiguo sombría, aletargada,
donde el fiero león sangriento ruge,
la tierra donde moran los hombres de piel negra…