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Rubén Darío

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VII. Uno y trino

/upload/fotos/blogs_entradas/rubendario2_med.jpgDesconcertados, algunos de los contemporáneos de Darío se asombraban de los atrevimientos que cometía, y no veían en ellos sino un afrancesamiento gratuito, el amor por la moda, el vicio mulato de la imitación, y él los provocaba, incitándolos al asombro desconfiado: no sólo de las rosas de París extraería esencias, sino de todos los jardines del mundo..., dice también en Historia de mis libros.

Eso significaba subvertir los cánones de la vieja lengua española de finales del siglo diecinueve, tan decrépita como el imperio mismo; despojarla de sus férulas ortopédicas para hacerla caminar de manera libre; untarla de pomadas y afeites franceses; allegar lo popular a la llamada poesía culta como hizo con los aires de la gaita gallega y con la seguidilla. Todo eran gusto de mulato. Pero también gusto de indios triste, y de español fantasioso.

Los mundos descubiertos e iluminados por el mulato de revueltas incandescencias que no podía dejar de ser músico, loco de armonía, el indio triste que buscaba los paraísos artificiales en el ajenjo, el español peninsular "muy siglo dieciocho y muy antiguo", que cuidaba sus manos de marqués, a la vez empecinado inventor de quimeras. Figuras cambiantes y superpuestas que giran triples frente a la linterna mágica, uno y trino.

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30 de enero de 2008
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VI. Una rara quintaesencia

/upload/fotos/blogs_entradas/valera_cartasamericanas_med.gifMulato imitador, o un indio, con sensibilidad de indio, dice Azorín de Rubén Darío. Pero quizás, quien acertó mejor desde el principio a definir esa condición creativa que toma y presta de todo para revolverlo y obtener la rara quintaesencia, deslumbramiento, colores, olores, sabores, ritmos, palabras, y que al contrario de mulatez habría que llamar mulatidad, fue don Juan Valera, cuando escribió en sus Cartas americanas el elogio de Azul, publicado en Chile en 1888:

Usted no imita a ninguno. Ni es usted romántico, ni naturalista, ni neurótico, ni decante, ni simbólico, ni parnasiano. Usted lo ha revuelto todo: se ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quintaesencia...

La virtud de revolverlo todo, de vestir sus versos de manera extraña, de poner sátiros y bacantes al lado de santos ultrajados y vírgenes piadosas, de hallar gusto en los colores contrastados, el oído mágico para la música y otro no menos mágico para el ritmo, sonsacar vocablos sonoros de otras lenguas, hacer que el oropel tenga la apariencia del oro y que los decorados tengan sustancia real, la lujuria como goce y como pecado, el acaparamiento goloso de todo lo exótico, la obsesión por la forma y la búsqueda sin fin de un estilo, ese yo persigo una forma que no encuentra mi estilo, ¿qué era sino la mulatez, vista desde el otro lado, el lado de la mulatidad revuelta y creadora?

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29 de enero de 2008
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V. Mulato de oído sedoso

/upload/fotos/blogs_entradas/don_salvador_rueda_santos_med.jpgNegro, mulato, indio. Todo venía a representar una condición exótica, una manera diferente, caprichosa, de ver el mundo, resultado de una naturaleza atávica. Mulato de oído sedoso, afelpado e imitativo como el de muchos negros de América, dice de Rubén Darío el poeta andaluz Salvador Rueda, aún cuando Andalucía, tierra de moros, siguiera siendo el modelo de lo exótico para los escritores franceses: toreros, gitanas, cuchilleros, contrabandistas, como en la novela Carmen de Merimée, llevada a la ópera por Bizet, y aún cuando España toda fuera considerada entonces, desde el otro lado de los Pirineos, más parte de África que de Europa.

Pero Darío, músico de nacimiento por su oído prodigioso, sedoso y afelpado, que fue capaz desde niño de entrar en todos los registros métricos y sonoros, e imitarlos y asimilarlos, hasta hallar e inventar sus propios ritmos y melodías, es un reincidente. Coincide con Rueda en atribuir a los negros el don de la imitación como uno de sus defectos, y está lejos de reconocer cualquier identidad con ellos. Dice en Los hijos de Cham:

El romanticismo lo hermoseó todo, hasta los negros. En realidad, apenas el heroísmo es el que salva al pobre hijo de Cham del ridículo que trae como fatal herencia desde el materno vientre. Necesitan para brillar el resplandor de la pólvora o la grandeza del suplicio. La humanidad no ha podido aún ver el genio negro. El talento mismo es en ellos escaso, fuera de ciertas especiales disciplinas, a las cuales se adaptan su agilidad y su don de imitación...

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28 de enero de 2008
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IV. Un cerdo triste

Componente cultural infaltable, chispa del genio total americano, lo negro y lo mulato eran en el criterio europeo del tiempo que tocó a Rubén Darío, más bien parte capital del estigma. Y él mismo cargaba con ese estigma que había ayudado a crear. /upload/fotos/blogs_entradas/luces_bohemia_med.jpgPara los intelectuales españoles de finales del siglo diecinueve, que veían deshacerse para siempre al viejo imperio tras la pérdida de sus últimas posesiones en América a raíz de la guerra de 1898 contra Estados Unidos, negro, mulato e indio viene a ser la misma cosa exótica, la cosa americana lejana.

Es de sobra conocido que don Miguel de Unamuno le vio a Darío "ceñida la cabeza de raras plumas". Otros, recuerda Gastón Baquero, lo llamaban "negro mulato" en afán de  mortificarlo; y en Luces de Bohemia, la pieza de Valle Inclán de la que Darío es personaje, Max Estrella, el ciego, lo llama "negro" en la quinta escena:

MAX: ¿Qué tierra pisamos? 
DON LATINO: El Café Colón. 
MAX: Mira si está Rubén. Suele ponerse enfrente de los músicos. 
DON LATINO: Allá está como un cerdo triste. 
MAX: Vamos a su lado, Latino. Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro...

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25 de enero de 2008
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III. Solo y desconocido entre las olas y las fieras

/upload/fotos/blogs_entradas/leo_de_rubn_daro_vestido_de_embajador_teatro_nacional_rubn_daro._med.jpgRubén Darío, el mulato. Como creador, hace que la mulatez desborde él sentido negativo original que él mismo le dio. En sus manos, cobra un signo positivo, y ya no se trata de una mezcla o mezcolanza sólo racial, sino, sobre todo, cultural. Es lo que nos dice José Martí, que no era precisamente un mulato de sangre:

Éramos una máscara con los cañones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio mudo nos daba vueltas alrededor y se iba al monte, a la cumbre del monte a bautizar a sus hijos. El negro oteando, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido entre las olas y las fieras...

Y es lo que de todos modos y desde el principio intuyó el propio Darío: la presencia de ese infaltable componente africano sin el cual nunca seríamos lo que somos. Lo dice en este poema primerizo de 1885: 

Señor, yo abarcaré en este estrecho abrazo, 
toda la paz del mundo. 
Al África tostada, 
ya de antiguo sombría, aletargada, 
donde el fiero león sangriento ruge, 
la tierra donde moran los hombres de piel negra...
 

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24 de enero de 2008
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II. La aristocracia del pensamiento

/upload/fotos/blogs_entradas/cantos_de_vida_y_esperanza_med.jpgEn el prefacio a su libro de poemas Cantos de vida y esperanza, Rubén Darío reafirma su identificación con lo que él llama "la aristocracia del pensamiento": su antiguo aborrecimiento a la mediocridad, a la mulatez intelectual, a la chatura estética que apenas se aminora hoy con una razonada indiferencia...

Mulatez parece ser un término acuñado por el mismo Darío, y que obviamente no va por el camino de la exaltación, como podría decirse "hispanidad", o "indianidad", sino por el del desprecio, como podría decirse "estupidez", o si queremos darle matices, como la incapacidad de entender la cultura, o no entenderla del todo, gracias a la estulticia y a la chatura mental y estética. Este concepto parte de la visión tradicional que a lo largo de la colonia, y aún durante la vida republicana, se tuvo en América del mulato, que para estos efectos viene a representar una condición rebajada del espíritu, porque a su vez representa una condición racial rebajada.

Pero la mulatez tiene también otra cara reversa, y contraria. Es la del propio Darío, vástago del turbión en el que entran todos quienes tienen el signo de descender de beatos e hijos de encomenderos, de esclavos africanos, de soberbios indios..., como él mismo dice en otra parte, una mezcla que viene a representar toda una deslumbrante explosión creativa en el nuevo continente.  

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23 de enero de 2008
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I. La maldición del mulato

Igual que las palabras hijo de casa y bastardo, destinadas a denigrar la condición social, la aparición de un mestizaje indeseable, fruto de la llegada de los esclavos africanos a los colonias españolas en América, creó otro tipo de matrículas ofensivas: zambos, mulatos, pardos, cuarterones, quinterones, picholos, una variada gama que se extendía a morisco, albino, tornatrás, lobo, loro, zambaigo, cambujo, albarazado, barcino, coyote, chamizo, allí te estás, no te entiendo, tente en el aire, jíbaro, tresalbo, lunarejo, rayado. Todos estos nombres, útiles en los mercados de esclavos para separar y diferenciar las mercancía humana, provenían, en su mayoría, de los mercados de caballos y bestias de carga.

Los mulatos, zambos y demás frutos de la incesante y variada mezcla del mestizaje triple entre españoles, indígenas y esclavos negros, se volvieron malditos igual que los hijos adulterinos y sacrílegos, aunque aquellos vinieran a ser, con el tiempo, la inmensa mayoría de la población. Y de la palabra mulato (que viene de mula, para marcar que se trata de un híbrido animal) se derivó la palabra mulatez.

Rubén Darío, que tenía sangre mulata, no se reconocía en ella, porque la "aristocracia del pensamiento", que defendía como presupuesto intelectual y estético, era contraria a toda mulatez.

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22 de enero de 2008
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