
Sergio Ramírez
El comandante Tomás Borge se suma en sus peticiones de expropiar la obra artística de los demás, a la primera dama Rosario Murillo. Ella afirma en otro escrito que Carlos Mejía Godoy no es sino "el instrumento del ritmo divino, que llegó a su cuerpo desde un lugar sagrado y desconocido".
Y la señora no deja dudas de esa voluntad que quiere dominarlo todo, cuando dice también, al referirse a la demanda de Carlos: "En la vida hay cosas que no nos pertenecen personalmente. Que no tienen dueño. Que no son de propiedad, ni particular ni privada. Los muertos, por ejemplo. La esperanza colectiva, la creación colectiva, el dolor colectivo. Los triunfos colectivos."
El viejo peso de lo colectivo. Y en la inmovilidad histórica que el poder total demanda, todo se congela. Los muertos, por ejemplo, que de esta manera también resultan confiscados, para no hablar de la revolución misma, confiscada también desde su raíz, y privatizada a favor de una familia.
La gesta de la revolución que mi generación hizo partió de la honda convicción en unas valores éticos que representaban el desapego a los bienes materiales, la solidaridad ilimitada con los demás, y un sentimiento de compasión por los más humildes, para crear un mundo diferente, de justicia y equidad. ¿Todo eso, y la música de los hermanos Mejía Godoy, la poesía de Ernesto Cardenal, la de Gioconda Belli, pueden ser en realidad confiscadas, y privatizadas?