Sergio Ramírez
En un reportaje de hace diez años publicado en la revista Harper´s, el afamado periodista Barry Graham describe al sheriff Joe como amante esposo, padre orgulloso, idealista, megalómano, mentiroso y bravucón, un alegre charlatán que goza con presenciar las ejecuciones de los condenados a muerte: "algunos lo creen un asesino, otros un loco. Amnistía Internacional un violador de los derechos humanos. Pero es el político más popular de Arizona, y con una aprobación del 85%, quizás el más popular de toda la historia del estado".
Para el año de 1991, cuando se publicó este reportaje, el sheriff Joe aún no perseguía inmigrantes, sino ladrones, traficantes de droga, pandilleros juveniles y alborotadores de cantina en una ciudad donde el delito crecía como la espuma, y ya desde entonces usaba los mismos métodos que cimentaron su popularidad entre los partidarios acérrimos de la ley y el orden a cualquier precio, aún el de la ley misma: pasear por las calles de la ciudad a los prisioneros encadenados de los tobillos y de las muñecas, vestidos con pantalones a rayas y camisetas y calcetines color rosa, aún a las mujeres, hacinarlos en carpas a temperaturas arriba de los 40 grados, alimentarlos con bazofia, no más de 30 centavos de dólar por plato de comida, y darles a escoger dentro de la cárcel entre dos únicos canales de televisión: el Disney, por inofensivo, y el del reporte meteorológico, para que supieran lo que les esperaba de lluvia o sol cuando salieran en cuadrillas a abrir zanjas.