Sergio Ramírez
Son los famosos cables que estamos destinados a conocer hasta veinte años después de haber sido escritos y remitidos, cuando las leyes federales de Estados Unidos permiten revelarlos porque pasan a ser materia histórica, en muchos casos con abundantes tachaduras como para volverlos inútiles por ilegibles. Ahora, el diablo cojuelo de WikiLeaks nos salva de la espera tan larga, y nos permite leerlos al poco tiempo de haber sido escritos, y enterarnos no sólo de estilos de trajes y peinados, y de las maneras que algunas celebridades políticas tienen de anudarse la corbata, sino también de sus problemas mentales, de sus conflictos matrimoniales cuando las parejas comparten el poder, de la corrupción a gran escala que se cocina en los palacios presidenciales, de la mecánica de los golpes de estado en los países aún bananeros, de orgías y desmanes, de artimañas y complicidades
La modernidad de los tiempos facilita al diablo cojuelo satisfacer nuestra innata curiosidad, más grande en lo que se refiere a los entresijos del poder y sus vicios, que en lo que hace a la vida privada del vecino a quien su mujer le pone los cuernos. Assange tiene en su poder 250.000 despachos secuestrados de los archivos del Departamento de Estado, pero se trata de archivos electrónicos, que caben en un simple disco de los que sirven para grabar música; la documentación, mucho más abundante, acerca de la guerra de Irak, llegó a sus manos a través de un soldado raso del ejército de Estados Unidos llamado Bradley Manning, quien la copió de una computadora de acceso restringido, en un disco de la cantante pop Lady Gaga, previamente borrado, mientras tarareaba Teléfono, una de las canciones del disco. Cosa de minutos, asunto de un simple clic.