Sergio Ramírez
Uno puede conformarse con la tolerancia, pero más allá de la tolerancia se hallan la convivencia y el entendimiento. Hay gente que concurre a los mismos espacios sociales, compra en los mismos supermercados, va a los mismos cines. Se tolera, pero no intenta comprenderse. Al negarse a ceder su asiento a un blanco en el autobús segregado de Montgomery, Alabama, en 1955, Rosa Parks logró que los negros pudieran sentarse al lado de los blancos. Logró tolerancia, pero desde allí a que los blancos se imaginen como negros, o viceversa, todavía queda un largo trecho largo por recorrer. O que un ladino de la ciudad de Guatemala se imagine como un indio maya mame de los Cuchumatanes, o un mestizo de Santa Cruz de la Sierra se imagine como un indio aymara del altiplano boliviano. O un costarricense como un nicaragüense. O un español como un marroquí, o un francés como un argelino. O un cristiano como un musulmán, o viceversa.
No basta tolerarse. Hay que hacer el viaje de nuestra mente hacia la mente ajena, y vivir dentro de ella lo suficiente para que, al salir, ya no seamos otra vez los mismos. De ninguna otra manera podría resolverse el conflicto recurrente, odioso y tan sangriento entre israelitas y palestinos, que deberán vivir un día en paz, compartiendo el mismo ladrillo en que los han confinado la geografía y la historia. Y en América Latina, vivimos en ladrillos de diferentes tamaños.